Lo que ganamos, lo que perdimos

En medio de una aparente calma, ayer se llevó a cabo la jornada electoral más grande en la historia de nuestro país. Lo que estaba en juego era cosa seria, pues se renovó a los quinientos miembros de la Cámara Federal de Diputados y las diputaciones locales en todos los estados del país. 

La Cámara tiene dos tareas fundamentales que hacen de ésta una pieza clave en la política nacional: aprobar el Presupuesto de Egresos y revisar la Cuenta Pública. Sí, es en este lugar en el que se maneja el dinero de toda la nación. De ahí que la necesidad de colocar a las y los representantes de un partido en ese escaño se pelea hasta con los dientes. 

Luego de una serie de campañas por demás ridículas y vetustas, del secuestro y asesinato de candidatos a lo largo del país y de una clara pelea entre el México del pueblo y el México de los privilegios, ayer los mexicanos salimos a votar. 

Las redes se inundaron de pulgares entintados para celebrar la fiesta de la democracia. Las opiniones se dividieron entre quienes creen en el poder del voto y entre quienes saben que detrás del tache en una boleta hay muchas otras cosas que poco tienen que ver con la democracia. 

El voto es tan solo una de las formas de participación ciudadana, la más sencilla quizá, pero la que más valor tiene para el sistema que se alimenta de él. Es inocente pensar que el voto lo cambia todo, sobre todo cuando lo vendes. ¿Y cómo se vende un voto? No solo por una despensa o por los 500 pesos que recibes de mano de un líder de colonia. No, el voto se vende desde la ideología, desde la renuncia a nuestra condición de ciudadanos en todas las otras áreas de la vida pública, desde la aceptación absoluta del sistema que nos somete, de mano de líderes por los que peleamos y a quienes defendemos a capa y espada. 

Esto solo me lleva a pensar que en lo que sea que ganamos ayer, también perdimos muchísimas cosas…


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