El macabro juego de los dirigentes políticos

En la lucha por la candidatura presidencial todo se vale. Los jugadores en competencia, los que buscarán dentro y fuera del campo un lugar en las boletas, operan sin pudor con las más sucias artimañas para debilitar a los adversarios. Difamaciones, espionaje, alianzas, conspiraciones, hurgar en la vida privada son, desde ahora, recursos comunes que se han vuelto muy democráticos en virtud de que sin reparos son utilizados por cada uno de los aspirantes.

En el beisbol, los errores, las distracciones, las pifias y hasta las jugadas mal intencionadas se castigan y manchan la pureza de un encuentro. En el resgistro del box score quedará constancia de esa bola mal fildeada, de ese paso de más que impidió tocar al corredor, de haber calculado mal el rebote de una bola brava en la tercera y hasta la falta de pericia que puede ocurrir cuando la bola no llega al guante del compañero para sacar el out. Quizá por ello se recuerde tanto el juego perfecto de Don Larsen, cuando brindó una muestra de concentración, capacidad y genio que además sólo ha ocurrido una única ocasión en Serie Mundial, en el histórico 8 de octubre de 1856. El desempeño es un poema de exactitud y delicadeza para superar todos los obstáculos que un juego produce, sin embargo el balance quedó para siempre en la memoria de las estadísticas: nueve episodios, 27 bateadores retirados en orden, sin jugadores en base, sin errores de los defensivos, sin bases por bola, ni por golpe, simplemente una joya magistral de pitcheo. Hay que señalar lo complicado de esta proeza, pues a lo largo de la historia se han producido unas tres decenas de juegos perfectos en temporada normal, sólo uno en Serie Mundial.

El pitcheo es todo en el beisbol, ahí se ganan los juegos y la gloria. La clave de este juego: 75 por ciento es pitcheo y el resto es bateo. Así, la dimensión de un pitcher es la de un actor protagónico en la defensiva, el gran guerrero que con el poder del brazo es capaz de someter y doblegar, al grado de la humillación a los toleteros más despiadados. El desgaste del lanzador en el montículo es brutal. El brazo requiere un cuidado extremo, se produce un combate con cada uno de los bateadores en esa distancia de los 60 pies de la loma al home plate. A pesar del desgaste y todas las amenazas, a veces hay días excepcionales donde todos los factores se alinean para conseguir un esforzado triunfo, en ocasiones se puede lograr la blanqueada, muy escasas ocasiones el sin hit ni carrera y únicamente menos de treinta jugadores han alcanzado en la historia de un deporte con más de 150 años el juego perfecto. Según los expertos en estadística, la posibilidad de obtenerlo considerando a todos los equipos del circuito y los 162 juegos por temporada es de una invisible cifra: 0.0024% (según el estudio de Armando Galagarraga). De esta forma la hazaña del pitcher de los Yankees, Don Larsen, parece una misión imposible.

En la política los escenarios son más ríspidos que las cotidianas riñas que hay en deportes como el hockey; los códigos de honor se pisotean, los árbitros favorecen a una corriente y difícilmente prevalece la transparencia. En realidad, los políticos se mueven en las tinieblas en una pecera opaca y gris donde maquinan cada uno de sus pasos.

Ricardo Anaya, el niño maravilla, es el político que sonríe ante cualquier adversidad, antepone el decálogo de imagen pública y muestra la honestidad de su enojo ante los ataques de los enemigos de su propio partido. En los orígenes políticos del queretano su estilo de batear lo colocó con un diestro nato, siempre abanderando las causas de la moral, la familia y el humanismo conservador. Sin embargo, cuando llegó a la dirigencia de Acción Nacional operó para favorecer su proyecto personal y decidió que la oportunidad de ganar la candidatura podría lograrse como jugador de tres equipos, el suyo: el derecho, pero también ponerse la casaca del otrora antagónico PRD y de paso jalar a un chiqui-partido que en otra era sería la antítesis del instituto político creado por Manuel Gómez Morín en 1939. Arrinconar a una militante incómoda hasta sacarla de los diestros, utilizar todos los mensajes de publicidad política que el estado otorga a los partidos para su propia causa, confirma que el pitcher de la franela blanca y azul, y no es precisamente la de los Dodgers, tiene mañas y una ética muy campechana para debilitar a los compañeros de equipo y a los de otros partidos o independientes que se le crucen en el camino.

Un serpentinero es un líder natural del equipo, sin él la fuerza de la defensiva se desmoronan y la novena se desploma. En cada equipo los dirigentes han demostrado que están más preocupados por ellos mismos que por el destino del grupo. Andrés Manuel López Obrador, que a pesar de los años batea muy bien, sigue creyendo que él y sólo él debe ser el candidato a la presidencia de MORENA. Fundar el PRD no representó mucho cuando tuvo que enfrentar oposición de grupos internos. Alejandra Barrales aventó el equipo cuando supo que no sería la candidata a la jefatura de gobierno en 2012, a cambio negoció una senaduría y la presidencia del partido. El expríista Dante Delgado le dijo adiós a las causas de izquierda porque la guerra de egos con Andrés Manuel no permitió que ninguno de los dos tuvieran un punto de coincidencia. Los verdaderos pitchers detienen los ataques de los adversarios y el equipo juega para apoyar, cada uno en la posición asignada, el trabajo de responsable en la lomita. En política ocurre lo contrario: el dirigente trabaja para sí, olvida a los correligionarios y a veces se apropia de todos los triunfos y se lava las manos en la derrota.

Si en el beisbol los juegos perfectos son escasos, al menos ocurren con mayor frecuencia que en la política. La lucha honesta por el poder, sin embustes ni trinquetes, está extinta.

Por: Mario Ortiz Murillo

Por vocación sociólogo, de placer periodista. Soy un adicto enfermizo a las buenas y malas películas, especialmente las de culto (para mí). Me considero plural y lucho, desde mi humilde tribuna, en el aula y en la prensa por promover la tolerancia. Fiel seguidor de los Pumas, el mejor equipo de México y de la mejor institución del mundo, la UNAM. Aunque mi verdadera pasión no está en el deporte de las patadas sino en los batazos y las atrapadas. El rey de los deportes, según mi filosofía, debería convertirse en el deporte nacional y mundial por decreto de la ONU. Cuando esto ocurra, prometo jubilarme y dedicarme a bolear zapatos y arreglar bicis.






TRES BOLAS Y DOS STRIKES - Mario Ortiz Murillo

Por vocación sociólogo, de placer periodista. Soy un adicto enfermizo a las buenas y malas películas, especialmente las de culto (para mí). Me considero plural y lucho, desde mi humilde tribuna, en el aula y en la prensa por promover la tolerancia. Fiel seguidor de los Pumas, el mejor equipo de México y de la mejor institución del mundo, la UNAM. Aunque mi verdadera pasión no está en el deporte de las patadas sino en los batazos y las atrapadas. El rey de los deportes, según mi filosofía, debería convertirse en el deporte nacional y mundial por decreto de la ONU. Cuando esto ocurra, prometo jubilarme y dedicarme a bolear zapatos y arreglar bicis.