Nadie entiende lo que pasa

Estamos viviendo una crisis, es verdad. Mucho reflexionamos sobre las decisiones que se toman a nivel global, la forma en que los gobiernos generan estrategias y las instituciones se adaptan paso a paso, fase a fase, a los mandatos de las autoridades. Sin embargo, es importante pensar al coronavirus dentro de las familias y de las casas, que es donde, finalmente, los efectos se concentran y se hacen enormes.

A esta nueva generación de expertos en todo le encanta utilizar palabras como “romantizar”, “normalizar” y “privilegios”, para calificar, desde su celular, cualquier situación referente al problema de la vivienda y de la cuarentena. Y es verdad que los conceptos nos ayudan a delimitar realidades para poder explicarlas y comunicarlas, pero estos términos están comenzando a perder poder para tratar esta pandemia que nos rebasa por donde se la vea.

Hay cosas que se cuentan, como que todos tenemos sueños extraños, que no podemos dormir, que no tenemos ganas de hacer nada, de trabajar, de pensar, de aprender; que la violencia doméstica se ha disparado, que tenemos un sistema educativo “adultocentrista”, que los maestros, que los alumnos, que López-Gatell, que el fin del mundo… Estamos locos hablando de la nada creyendo que estamos atravesando la crisis, pero en realidad sólo estamos bordeándola, dándole la vuelta.

Ha pasado muy poco tiempo como para saber de qué irán las verdaderas consecuencias de esto, pero la verdad es que nadie entiende nada; la ciencia tambalea, duda, tiene miedo y nosotros, desde la nueva incomodidad de nuestras casas, vemos en las noticias que en México hay un pueblo que le tiene miedo a un hombre lobo.


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