¡Qué bueno sería quemar Puebla!

“Los poblanos son gente mala, están de luto por la derrota francesa, valdría quemar Puebla por ingrata”
Ignacio Zaragoza.

Puebla conserva la arrogancia y altivez de su historia pues desde su fundación y hasta el siglo XIX era considerada una “joyita colonial, conservada y bien cuidada, como un relicario”, en palabras de Melchor Ocampo. El liberal juarista no se equivocaba. Por su estratégica localización entre la Ciudad de México y Veracruz, Puebla se erigió como un enorme centro económico de la industria textil, amén de mantenerse como una importante metrópolis con gran concentración demográfica, la segunda del país. Surgida en el siglo XVI como una ciudad predominantemente española marcó un contraste con la capital del virreinato, de origen indígena. Una región con un comportamiento sui géneris a veces incomprensible por su anacronismo, dado su apego a la religiosidad y valores españoles en pleno siglo XXI, circunstancia que los coloca más cercanos a los nostálgicos de la corona de los imperios de Iturbide y de Maximiliano que del pensamiento liberal, ideología por la que los criollos y peninsulares de Puebla han sentido repudio.

Así, para esas exquisitas élites poblanas, las de entonces y las actuales, conservar la religiosidad, la propiedad privada, la familia y la moralidad han sido principios sagrados e irrenunciables por los cuales además de orgullo consideran parte de su identidad, de esta manera no extraña encontrar entre la sociedad poblana una población que se nota moderna económicamente con una industria consolidada y, de forma paralela, en su forma de pensar y moralidad, como en tiempos de la invasión francesa, suspirando por el retorno de las monarquías y la iglesia en el poder público.

Coherente con la tradición colonial y proconservadora del sigo XIX, en los últimos años el Partido Acción Nacional gobierna Puebla, quizá por esta razón ni siquiera la avalancha morenista comandada por el perredista Miguel Barbosa impidió que la esposa de Rafael Moreno Valle, Martha Erika Alonso, lograra convertirse en gobernadora. Para todos es sabido que no hay peor territorio para la izquierda que la chula Puebla, en donde comunismo, estado laico y ateísmo son palabras que condena la santa inquisición, de ahí que se antoja (casi) imposible que ésta llegue al poder. No hay que olvidar, por ejemplo, al poderoso Grupo empresarial Puebla liderado por el zar de los cines William Jenkins; lo mismo a la tríada de diarios que legitimaron la matanza del dos de octubre: El Heraldo de México, El Sol de México y Novedades, de los empresarios Gabriel Alarcón, José García Valseca y Rómulo O´Farrill, todos ellos hombres poblanos cercanos a Díaz Ordaz que fijaron desde la prensa nacional la tesis que los estudiantes estaban convencidos en imponer el comunismo en México. La tragedia de Canoa, historia llevada al celuloide en el filme basado en hechos reales dirigido por Felipe Cazals, esa también fue una historia de ese puritano entorno poblano donde se lincha a quien amenace las sospechosa tranquilidad impuesta por la iglesia católica.

La de Canoa es una tragedia que data de 1968, por desgracia las cosas no han cambiado mucho desde entonces a la fecha. En la actualidad la entidad poblana sigue siendo la que más linchamientos registra, buena parte de esos casos se vinculan a eventos relacionados con las prácticas religiosas comunitarias en pueblos y localidades, según informó Diódoro Carrasco, secretario general de Gobierno en la gestión de Moreno Valle.

Ya instalados en el reciente percance que acapara la opinión pública en estos días navideños, en donde la reacción de la sociedad poblana sobre el fatal accidente que privó de la vida a Rafael Moreno Valle y Erika Alonso, los dos últimos gobernadores de la entidad, luego de todo lo expuesto en este artículo, no podría ser diferente a lo que hoy tanto molesta al presidente Andrés Manuel López Obrador. Para el jefe del Ejecutivo las críticas sólo provienen de las redes sociales, sin embargo no es así. Un importante sector de esa clase media conservadora que llevó al matrimonio Moreno Valle-Alonso al poder, la derecha (antítesis ideológica de Morena) sostiene feroces críticas y cuestionamientos contra el régimen que se dedicó desde varios meses atrás a menoscabar el triunfo en las urnas de Martha Erika Alonso.

Ante la crudeza y simbolismo de un accidente en la víspera de nochebuena la opinión pública local se ha ido a la yugular del actual gobierno culpándolo de la tragedia. El gobierno, por su parte, sin mostrar mesura se instala en una arena de confrontación y entonces golpea a los detractores tachándolos de “mezquinos”, aunque de forma torpe y tardía trate de corregir señalando que más bien son “canallas” (sic).

¿Qué esperaba AMLO? Si además, para colmo, la actitud de Miguel Barbosa y la de él mismo fueron permanentemente escépticas y facciosas al desconocer el triunfo de la finada gobernadora. Ni siquiera cuando el Tribunal Electoral de la Federación emitió su fallo inatacable se tuvo el decoro de aceptar la decisión popular. El pez por su boca muere, y fue AMLO ya en funciones de primer mandatario, quien incluso antes de la tragedia reaccionó al fallo marcando distancia del estado de Puebla marginándolo de sus visitas presidenciales. A unos días de tomar posesión Erika Alonso, la primera mujer en gobernar la entidad, ha muerto y de nuevo AMLO asume un comportamiento como enemigo de los conservadores tal como lo hizo alguna vez Ignacio Zaragoza, esta vez acusando de “mezquinos” a los que le exigen cuentas sobre la muerte de los panistas. Por eso, en palabras de AMLO, la decisión de no asistir al funeral que le rindieron a los gobernadores es responsabilidad de esa masa anónima que dejó de ser “bendita” para transformarse en “neofacistas”.

Durante la Guerra contra la Invasión Francesa el general Ignacio Zaragoza no tuvo oportunidad de retractarse de haber deseado “quemar Puebla” por su ingratitud con el ejército mexicano. No había manera de presentar un comunicado corregido, le ganó la emoción, se indignó por la ingratitud de los poblanos ante el sacrificio de tantas muertes de soldados que buscaban salvar a la patria de la intervención. La sinceridad se apoderó de las palabras del general mexicano nacido en Texas, el indiscutible héroe de la Batalla del cinco de Mayo.

A López Obrador no le tocó luchar en ninguna guerra, su obsesión con el liberalismo juarista es más bien teórico, sra simboi se le puede llamar de alguna forma. En la opinión del defensor del espíritu de la reforma liberal del siglo XXI y líder de la guerra simbólica contra la mafia del poder le molestó hasta el tuétano que en ese pedazo del puritano territorio que nunca ha simpatizado con Juárez, aunque a Ignacio Zaragoza le deban el más grande triunfo de su historia contra el imperio francés, encabezaran con tanta vehemencia la primera gran crítica a su gobierno.

A diferencia de Benito Juárez, Melchor Ocampo, Valentín Gómez Farías, Ignacio Comonfort, Miguel Lerdo de Tejada, políticos genuinos que debieron defender las tesis liberales en un contexto de guerra civil contra los conservadores, la impropia declaración de Ignacio Zaragoza se entiende como un dicho lleno de dolor y frustración frente a la actitud incomprensible de esa sociedad poblana que creía en la tesis de Lucas Alamán de recuperar la paz social a partir del regreso de un gobierno monárquico.

No asistir a Puebla para no exacerbar los ánimos de los críticos del gobierno federal resultó cobarde, porque más allá de sostener que fue por prudencia, el presidente Andrés Manuel López Obrador evita confrontarse con aquellos que lo cuestionan y que incluso acusaron como responsable del crimen a la actual administración. Un buen político es capaz de persuadir y de convencer a esos extremistas que tratan de lucrar en la tragedia, los enfrenta y se allana ese clima de sospecha y de suspicacia. Sin embargo este no fue el caso.

Un mandatario que concentra tal nivel de aceptación no puede rehuir a los actores que le generan desgaste en aras de evitar caer en la popularidad. Atacar a tus adversarios aunque éstos anden escondidos en la cobardía de las redes sociales supone construir un frente de combate con un estado que también es parte de la federación. Si en la geografía electoral el gobierno evitará asistir aquellas entidades donde el clima no le resulte favorable, se reproducirá el mismo esquema que implementaron los gobiernos anteriores.

López Obrador tuvo la oportunidad de actuar como demócrata y enfrentar con altura su primera crisis política a partir de una estrategia de comunicación efectiva, directa, honesta sin reflectores para reconstruir una relación que él mismo dañó cuando decidió convertirse en el jefe de propaganda de Miguel Barbosa. Ahora es presidente, y debió marcar distancia con el pleito poselectoral, se subió al ring para influir y en un escenario que él mismo jamás hubiera considerado, éstas son las consecuencias.

Quizá en la mente del “juarista” Andrés Manuel López Obrador le gustaría quemar Puebla porque los conservadores que él llama “mezquinos” no le celebran y aplauden como ocurre en Chiapas, Oaxaca o la Ciudad de México, pero Puebla también es México, para su desgracia.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.