Es verdad que el escándalo del acoso, abuso y violaciones sexuales se destaparon desde las actrices y la industria del celuloide norteamericano, pero ahora ya trastoca casi todas las dimensiones de la realidad en Estados Unidos.
Donald Trump también ha sido señalado por acoso sexual, cuestión que se ha convertido en una pandemia social que denota que la sociedad norteamericana hace del poder y el sexo una receta de dolor social.
La actriz mexicana que brilla intensamente en la pantalla grande de Hollywood, Salma Hayek, se suma a las mujeres que han recibido desde su situación laboral los estragos del acoso sexual; en el hecho, Hayek acusa al productor Harvey Weinstein de haberla amenazado de muerte para obtener favores sexuales, a los que no habría accedido, pero desde luego este personaje se convirtió no sólo en un dolor de cabeza para la actriz, sino que le generó inestabilidad emocional.
Empero, a nivel internacional en vez de que este escándalo de una sociedad terrorífica como la norteamericana haya causado indignación o rechazo, es percibido como parte del cuento de hadas de Gringolandia, cosa que es pendeja y absurda porque gran parte de la violencia cotidiana se esconde en la violencia sexual que podemos sufrir ambos géneros.
Es notorio que no hemos roto la naturalización de la violencia en que hemos caído, en los hechos, Hollywood le saca a la violencia sexual, física y emocional todo el jugo del mundo con sus producciones en el cine, que son ampliamente degustadas a nivel internacional, con raras excepciones donde en la pantalla grande se dignifique a la mujer, al hombre, a los niños y los ancianos, mucho menos si hablamos del mundo animal.
Sórdido escenario el de la violencia, sólo nos depara desencuentro, amargura y desolación, pero somos lo que sembramos, así que mientras en lo cotidiano no rechacemos la violencia, seguiremos en su yugo y a merced de sus carniceros.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
