Ser y Devenir 133

Miraba el pequeño crucifijo que me había prestado Sam para protegerme de la brujería y, al observar detalladamente su rostro, de pronto el redentor abrió los ojos.

Un poderoso trueno precedido por un majestuoso relámpago en el cielo.

Yo también abrí los ojos, me había quedado dormido apoyando mi cabeza sobre la mesa de la cocina y, luego de palmear las bolsas de mi pantalón, saqué el crucifijo guardado. Tenía, por supuesto, los ojos cerrados, el semblante abatido y su cuerpo flaco.

Qué madriza te pusieron los romanos.

Su boca caída, sus profundas heridas y su corona de espinas.

Pero ahora mírate, eres el máximo ícono de la cultura occidental.

Y eso que su reino no es de este mundo.

—Aunque sólo en este mundo eres considerado Dios.

El aullido de un lobo a la distancia.

—No me quieras espantar, cabrón —le digo al crucifijo.

El aullido otra vez, esta vez más cerca.

—¿Quieres ponerme a prueba?

El tercer aullido lo ubico proveniente del patio sureste del castillo, donde tomábamos la clase de oratoria. Guardé el crucifijo, salí corriendo rumbo a la salón de Biología y, luego de abrir la puerta de un fuerte empujón, me asomé por la ventana.

Un lobo gris.

El vapor saliendo de su hocico, sus huellas marcando el cojeo y la sangre fresca en la nieve. Se acurrucó en la ventana, me miró con ojos tristes y se lamió las heridas sobre el muñón de su pata cercenada por una funesta trampa metálica.

Malditos cazadores.

El lobo comenzó a chillar mientras la nieve descendía sobre él.

Ayúdalo, cabrón.

Saqué una bolsa de carnes de la heladera, me asomé con dificultad por una puerta en la esquina del patio y dejé un camino de alimento hacia el interior. Lo esperé sentado en el suelo de la principal estancia iluminado sólo por el destello del fuego en la chimenea.

Ven.

No tengas miedo.

Su sombra apareció lentamente, dio el primer bocado y, cojeando, se desplazó al siguiente pedazo. La sombra cambió de forma y finalmente desapareció cuando entró a la estancia y fijamente me miró. Ahí estaba el último y más grande bocado, al terminarlo se echó a unos metros de mí y re-comenzó a lamerse la herida.

Eres como yo.

El lobo bosteza hondamente y se acomoda, yo sonrío con un suspiro y lo observo sereno mientras nos envuelve el silencio.

Y así transcurre el resto de la noche.

Continúa 134

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".