Ser y Devenir 136

Acariciaba al lobo cuando sonó el teléfono en el vestíbulo del castillo Humboldt, me puse de pie rápidamente aunque dudé un instante en contestar, finalmente lo hice pero, luego de unos segundos de silencio, me colgaron. Levanté la vista, el lobo me miraba y, al notar también mi mirada, se acercó a mí cojeando por su pata cercenada. Su herida aún sangraba.

—Te voy a curar.

Me siguió hasta la enfermería, ahí limpié su herida y, antes de ponerle alcohol, le di un pedazo de queso que parcialmente lo distrajo. Aulló un poco, me lamió la mano y siguió comiendo mientras yo le vendaba el muñón curado.

—Pues creo que ya quedó. ¿Te sientes mejor?

El lobo olfateó el vendaje y me miró.

—¿Cómo te llamas?

El lobo gira su cabeza a la derecha para escuchar mejor.

—Seguro tienes nombre pero no conozco tu lenguaje.

El lobo mueve su cabeza a la izquierda.

—Aunque Wittgenstein pensaba que si tú pudieras hablar yo no podría entender lo que dirías, pero yo no estoy de acuerdo con él. Tú no puedes hablar y, sin embargo, te entiendo.

El lobo aúlla.

—Efectivamente, “imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida”, pero yo añadiría que todas las formas de vida coinciden en la interacción. El lenguaje implica hacer algo juntos, es decir, no puede haber interacción sin lenguaje. Por ejemplo… ¿Tienes hambre?

El lobo ladra.

—Yo también.

Vuelve a ladrar.

—Vamos a la cocina.

Eché un paquete de carne molida en una olla, le eché mucha mantequilla y encendí el fuego en una vieja estufa.

—¿Te gustan los condimentos?

Sólo se me queda viendo.

—Mejor no le echamos nada, qué tal y si te hace daño.

Me serví en un plato hondo y, para el lobo, dejé la olla completa sobre la mesa.

—Está bueno ¿no? —le pregunto mientras, literalmente, tragamos.

Vuelve a sonar el teléfono.

—¿Contesto? —le pregunto y el lobo sigue comiendo—. Mejor no.

Al terminar salimos al jardín de la entrada principal cubierta de blanco, ya no caía nieve pero todo estaba congelado y el cielo sumamente nublado. El lobo gimió un poco.

—No te preocupes —digo acariciándole la cabeza—, ya no vas a dormir afuera.

A la distancia aparecieron las luces de un vehículo que, momentos después, creí que pertenecían a la camioneta de Benny Alpinahua, el indio washo velador del internado.

—Menos mal —me dije—, él comprenderá.

Pero no era él sino el ayudante del comisario de Reno, un grasiento policía de cabello rubio que, antes de cruzar palabra conmigo, sacó su arma para “protegerme del lobo”. Yo me atravesé en su camino y, aún así, disparó.

Continúa 137

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Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






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EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".