Ser y Devenir 73

—¿Necesitas ayuda?

—¿Eres real?

Me hice adicto al clonazepam y todo se hace más lento. Maldito drogadicto. Lo estoy reconociendo lentamente. Maldito débil. Estoy luchando lentamente. Maldito inútil. El problema no es cuando las tomo. El problema es que las tomes. ¿Las tomo o no las tomo? Contéstate primero para qué las tomas. Para estar bien. ¿Contigo o con lo que la sociedad espera de ti? Ya no quiero estar conmigo, es demasiado peso, demasiados nervios, demasiado infierno; prefiero estar con la sociedad. Entonces las pastillas funcionan.

Después del terremoto decido dejar el clonazepam, me sienta como me sienta y pase lo que pase. No puedo seguir adormecido del espíritu (mi dilema infinito). Sin embargo, pasan muchos días, incluso semanas, para que tu cuerpo elimine la sustancia por completo. Por momentos hay crisis de ansiedad, pero mientras tanto todo continúa lentamente.

—Y no puedes mezclarlo con alcohol —me advirtió la psiquiatra.

—¿No puedo tomar?

—Puede darte un paro cardiorespiratorio.

Recuerdo la prescripción, tiro las pastillas al escusado y voy a la cocina por una cerveza. No quiero fumar, pero sin el ansiolítico vuelvo a caer en el tabaquismo. Sólo uno. Fumo y bebo la segunda cerveza mientras pienso cómo hacer un artículo sobre los voluntarios, brigadistas y, sobre todo, el constante riesgo de los rescatistas. Así me lo pidieron en el periódico luego de entregarles un texto que no salió publicado por ser muy abstracto. Me pidieron una nota periodística y acabé enviando una poesía sobre mi depresión ante las muertes. Entonces las pastillas no funcionan. Sí funcionan pero tampoco pueden evadirme del todo. Hago tachones en mi cuaderno mientras fumo el segundo cigarro y bebo la tercera cerveza, triste ante el lenguaje sin poder expresarme, sin poder concentrar mis palabras en el más mínimo y coherente relato. ¿Cómo expresar lo inexpresable?

—¿Ahora comprendes? —me pregunta el primer Wittgenstein.

—Sí es expresable —replica el segundo Wittgenstein— aunque no en los términos en que estás pensando.

—Es un artículo periodístico —les digo.

—Un juego de lenguaje —dice el segundo—. Sólo no lo mezcles con otros.

—No lo digas —dice el primero— tan sólo muestra lo que tengas que decir (aunque no tenga sentido lógicamente).

—Ese no es el problema —aclaro.

—Todo problema implica su resolución —dicen los dos.

—¡Me refiero que el problema consiste en mí! No es que no entienda las condiciones lingüísticas o el funcionamiento del lenguaje, simplemente no puedo escribir. Así de sencillo y así de complejo de explicar. No puedo escribir. ¡No puedo! Y cuando no puedo escribir me vuelvo loco.

—¿Más? —dicen, burlonamente, al unísono (aunque cada uno a su estilo).

—Más —aclaro—. Y les aseguro que no quisieran verlo.

Ríen. Suspiro y miro por la ventana a un pájaro gordo recogiendo pequeñas ramas, da dos brincos y recoge otra, me mira (o eso parece) y emprende el vuelo hacia lo alto de un enorme aguacate en el rincón del jardín. Comprendo el mensaje del universo. Tengo que salir.

Voy a Polanco, ahí están las oficinas del periódico y aprovecharé para visitar a mi editor para que me dé algunas ideas sobre cómo quiere que sea el artículo exactamente. En el camino, por el segundo piso del periférico, me acompañan los ángeles del crepúsculo. Las voces no-lingüísticas del destino.

La reunión me dio algunas claves de reportero y, lo más importante, más tiempo para entregar el artículo, fuimos a tomar algo a un restauran japonés y me retiré prometiendo el texto para el fin de semana. Voy con ánimo de regreso a casa, por la salida a Cuernavaca, y se me poncha la llanta derecha trasera en el viaducto-Tlalpan. Pongo las intermitentes y me orillo lo más que puedo para no ser embestido, saco la llanta de refacción y comienzo a alzar el coche, empero, no encuentro la llave de los birlos. De seguro me lo robaron en un estacionamiento con Valet Parking. ¿Por qué me la robaron? ¿En cuánto puedes vender la llave birlos de un Spark? ¿Y por qué sólo la pinche llave y no el gato, las señales fosforescentes o la llanta misma? La adrenalina me recorre el alma mientras los coches me rebasan casi rozándome y algunos expresando todo tipo de cosas con el claxon. Un camionero me insulta mentándome la madre.

—¡No es mi culpa! —reacciono molesto.

Nunca es tu culpa, pendejo. Recuerdo la voz de mi hermano, todo queda en silencio a pesar del estruendo de los motores en el tráfico y quedo cabizbajo. Son esos momentos en que el mundo se detiene y mi mente se adormece. Mis lapsus del ser.

Un auto se detiene detrás de mí, también pone sus intermitentes y me echa las luces. Alguien se asoma por la ventanilla.

—¿Necesitas ayuda?

Así conocí a Gerona.

 

Continúa 74

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".