Ser y Devenir 78

La negación está contenida en toda afirmación (representación) no porque la afirmación sea falsa sino porque así es como funciona el proceso de la realidad, del pensamiento y del absoluto. En todo caso dicha afirmación sería falsa sólo en virtud de un momento dialéctico y no en términos universales de su valor de verdad.

¿Así es la vida? No lo sé pero comienzo a verla así.

Los primeros días en el rancho fueron los más significativos. Ya no estaba solo y, aunque todavía no veía a mi abuelo, me sentía en una fraternidad con todos los trabajadores del rancho (excepto con Fidel, el desagradable mayordomo) y todos eran muy amables conmigo. En uno de los predios que visité el segundo día había una decena de montañas de mazorcas de todos colores: amarillo, naranja, rojo, azul, morado, negro y mixtos. Y una veintena de mujeres (la mayoría adultas) que las desgranaban hincadas en el suelo y con las manos visiblemente agrietadas. El polvo del desprendimiento por momentos atravesaba el aire con la luz del sol y parecían iluminadas por Centéotl.

El dios del maíz.

Estuve acompañándolas un par de horas desgranando mazorcas, aprendiendo de ellas el método y algunas expresiones en náhuatl. Me explicaron que hay un corazón en el cosmos y que todos lo compartimos cuando nos proyectamos en este mundo (porque no es el único). ¿Qué tiene qué ver ello con el catolicismo impuesto por los españoles? La misa, el sacerdote y Cristo son las formas occidentales con que algunos pueblos han escondido las formas prehispánicas, e.g., el corazón como el espíritu absoluto y, el dualismo cósmico, como la superación de la contradicción. No porque ésta tenga que ser superada, en el sentido de la tradición filosófica occidental, sino porque dicha superación podría ser la variable invisible para Hegel. No es lo mismo concebir la dialéctica hegeliana desde la moral occidental que desde la moral prehispánica: un dualismo que se implica mutuamente y, por consiguiente, a sí mismo.

Les estuve ayudando hasta la hora del almuerzo y, sorpresivamente, me invitaron a comer con ellas. Tacos de papa, haba, frijol; tlacoyos, tamales y pan dulce. Todas se reunieron juntando su comida que, al centro y alcance general, tomaban de manera colectivamente natural. Para mí lo mejor fueron los tamales de huitlacoche con queso de oveja hecho por ellas.

Quise seguir conociendo y, preguntando por la cría de ovejas, me dijeron que siguiera el camino entre una frondosa arboleda para encontrarlas. Efectivamente, en un gran terreno inclinado había cientos de borregos pastando. Unas diez niñas, con sus trajes tradicionales indígenas, los arreaban y cuidaban de que no se salieran del lindero, un corral movible para que el consumo del pastizal sea aprovechado ordenadamente.

—Hola —les digo y se miran entre sí con risas tímidas—. ¿No van a la escuela?

Una de ellas se encoge en hombros. Otra cruza su mirada con la mía y se cubre en la espalda de una de sus amigas. Una más me sonríe.

—¿Entonces? —insisto— ¿Sí van o no a la escuela?

Noto que sus expresiones de sonrisa cambian radicalmente transformándose en temor.

—¡Esta es su escuela! —me sorprende Fidel a caballo, al que forcejea sin necesidad.

—Esto es trabajo —le aclaro—, no una escuela.

—Pues para ellas es su escuela. Y tú ven conmigo, que te buscan en la casa.

—¿Mi abuelo?

—No, tu abogado. Así que… —hace espacio para que me suba en las ancas— ¡Súbete!

—Prefiero irme caminando.

—Como tú quieras —contesta molesto—. ¡Pero no tardes! Te están esperando.

Y se aleja lastimando, con espuelas y fuete, al resignado caballo. Volteo y las niñas me observan.

—¿No les gustaría ir a la escuela? —les pregunto.

Se miran y una de ellas me pregunta:

—¿Y vas a la escuela?

—Bueno… —contesto luego de una pausa hegeliana—. Es que estuve en la cárcel un tiempo y…

—Sí, lo sabemos —dice otra y todas asienten.

—¿Todos lo saben? —pregunto sorprendido.

Asienten.

—¿Todos en el rancho?

Asienten.

—Me tengo que ir —dije por último y me retiré abriéndome paso entre los borregos. Mi caminar era cabizbajo, midiendo con los ojos cada paso, cada suceso pasado. Sentí mucha vergüenza que ellas y todos lo supieran, y que yo no lo supiera.

En el camino, mientras pensaba en cómo abordar, explicar y lidiar con dicho pasado (empezando por mí antes que con los demás) me topé con un extraño altar. Había prendas de ropa, algunas fotos y muchas flores.

—Es un altar pagano —después me dijo mi abuelo—. No te le acerques y mucho menos lo toques.

Pero en ese instante desconocía sus advertencias, así que me acerqué y observé las fotos de cerca. Las tomo, las ojeo y muchas son en blanco y negro.

—Es gente muerta —me asusta de sorpresa una anciana delgada y pequeña. Traje tradicional, corona de flores y lleva un bastón de mando en la mano derecha.

 

Continúa 79

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".