Ser y Devenir 81

Dos horas caminando en el desierto, internándonos en su sobria hostilidad y, descendiendo peligrosamente por el río seco, finalmente encontramos un claro rodeado de altas yucas que parecía esperarnos desde el origen del mundo. Limpiamos el terreno de piedras, levantamos la casa de campaña y, ya sin el peso de las provisiones, nos pusimos a explorar.

No hay nada.

Los minutos se dilataban por el calor del sol, los matorrales estaban ausentes de su alma y, en algunos sitios donde había cacas de caballo, los tristes huecos dejados por cazadores furtivos que, mediante la moda de un creciente turismo-wirikutense, se llevan el peyote.

—Despierta…

Abro los ojos, el rostro de Gerona me tapa el sol con su cabello y, al intentar decirle algo, siento placenteramente que mi boca ya no está seca. Me quedé acostado boca arriba luego de haber ido con ella de cacería, encontrar el primer botón y cosechar unas diez huellas de venado. Ya nos comimos uno entre los dos.

Me toca suavemente la mejilla, pone su frente en mi frente y me mira.

—Tus ojos…

—¿Por qué siempre hablas de mis ojos? —me pregunta echándose para atrás.

—Perdón.

—No me pidas perdón, sólo dime.

—Porque son hermosos —le respondo, tímidamente, luego de una larga y desesperante pausa.

Entorna los ojos pronunciando un poco sus labios y, poniéndose de pie, me dice:

—Vamos a explorar —se pone sus lentes oscuros, mira a su alrededor y se aleja caminando con extrema seguridad.

El peyote quita el hambre, la sed y, sobre todo, da mucha energía. Eso es en lo físico, en lo metafísico se abren nuevas posibilidades de conocimiento, partiendo de que no hay un único significado de ‘conocimiento’. No es fácil encontrarlos y, según el anciano de mi penúltimo viaje, él es el que te encuentra a ti. Una relación bicondicional partiendo del concepto mismo de encuentro.

—¡Serner!

El primero no debes tocarlo y, en vez de ello, dejarle un obsequio por la mutua bienvenida. Gerona lo encontró y, luego de explicarle dicha parte del proceso ritual, le dejó como obsequio una foto que traía en su cartera. Me acerco, observo la imagen y, al parecer, es ella de niña. Volteo a verla para preguntarle pero tiene los ojos rojos a punto de llanto mientras observa el horizonte dando un profundo suspiro que, luego lo supe, cerraba simbólicamente uno de sus ciclos del pasado.

Ambos nos quedamos varios minutos en silencio admirando el tiempo a través de la inmensidad del desierto.

—¿Y ahora? —me pregunta recuperándose de su momento sensible.

—Ahora comienza la magia.

—¿Aún sin haberlo comido?

—Aún sin haberlo comido —contesto sonriendo.

Entonces comenzaron ser-presentes ante nosotros apenas dando los primeros pasos, los matorrales que antes parecían vacíos ahora la impresión-expresión de Lophophora williamsii nos ofrecían los más bellos, frondosos y garigoleados botones. Para respetarlos hay que cortarlos al nivel de la tierra para que el siguiente año pueda recuperar la dimensión de su botón original de encuentro; pero nunca hay que sobrepasarse dañando su raíz y, mucho menos, extraerlos por completo. El camino a su extinción reside, potencialmente, en el recuerdo en maceta del ultraje de un maniatado desierto.

—Es muy suave —dice Gerona refiriéndose a su textura.

—Se divide en gajos que representan el proceso en sus formas de crecimiento, las líneas confirman la estructura de la materia y, como la existencia misma, es sumamente amargo.

—Para mí deliciosamente amargo —dice al comerlo.

—El universo tiene muchas caracterizaciones, todas contradictorias.

Terminamos de comer y, sentados ante el más grande escenario desértico, quedamos en silencio escuchando solamente la voz de la naturaleza.

—¿Ya no hay? —me pregunta.

—Si quieres vamos por más.

—Vamos a esperar ¿vale?

Me quedo pensando, miro la tierra y algunos de sus diminutos bichos en ésta. A unos metros un hormiguero me recuerda el rancho de mi abuelo, todos las entidades trabajando en torno a un fin que ninguna de éstas eligió y, menos aún, se beneficiará auténticamente del fruto de su propio trabajo.

—¿Has leído a Hegel? —le pregunto.

—Hegel es un pendejo.

—¿No te gusta?

—Me late más Schopenhauer.

—¿Aunque sea misógino?

—Toda la historia de la filosofía occidental es machista —me dice y, reconozco, aquella idea nunca me había pasado por la cabeza—. ¿A poco a ti sí te gusta su sistema de gurú?

—¿De gurú?

—Bueno, de chamán, brujo o adivino; el chiste es que su filosofía es la realización del espíritu absoluto que sólo su sistema plantea ¿no?

—Es que aquí —digo luego de otra pausa—… Aquí parece que todo es hegeliano.

—Porque traes dicho lente, amigo, porque el mentado “parece” corresponde únicamente a la configuración de la realidad a través de, en este caso, el lente hegeliano. Sin embargo, recuerda tus otros lentes…

La contradicción es un concepto de semejanzas de familia (Wittgenstein), que todos los miembros de un conjunto se parecen en algo pero no, necesariamente, en lo mismo. A diferencia de la clásica concepción platónica, que todos los miembros se parecen, necesariamente, en algo (i.e., su esencia), el planteamiento lingüístico de Wittgenstein supera la perspectiva tradicional, irónicamente, en la naturaleza dialéctica de la contradicción misma. Los contraejemplos que surgen ante toda propuesta esencialista forman parte del propio argumento de semejanzas de familia, e.g., si para Platón hay algo así como un elemento común a todo aquello que llamamos ‘contradicción’, el funcionamiento del lenguaje nos ofrece los contraejemplos que lo contradicen.

—Ya deja de racionalizarlo todo —me dice Gerona.

—¿Qué?

—¡Observa a tu alrededor!

Lo hago, el paisaje es asombroso y, por supuesto, tiene razón con respecto a no verlo todo en dichos términos; empero, prefiero verla a ella. Su silueta a contraluz delineada por el cielo y las montañas, su potente mirada, su personalidad de guerrera y su cabello volando legendariamente por el viento del desierto.

—Tienes razón.

—No, no tengo razón —me aclara—. Esto es más que la razón, más que tu propia comprensión y más allá de cualquier lenguaje.

—¿Un metalenguaje?

—¡Deja de racionalizarlo todo! —y se aleja caminando.

—¿Adónde vas?

—Quiero estar sola.

Tiene razón, bueno, no en sentido lógico sino intuitivo, no en sentido formal sino instintivo. Tiene razón sobre la razón y la aclaración, con su acción, de que son dos significados distintos. Porque…

¡Deja de racionalizarlo todo!

Experimentar el mundo estéticamente en vez de querer inquisitivamente controlarlo en nuestro pensamiento. El silencio de la filosofía occidental.

 

Continúa 82

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".