La tragedia del submarino de la armada argentina, ARA San Juan, ha traído nuevamente a la mente los fantasmas de la negligencia y abuso de poder del Estado, que han aparecido en diferentes países del mundo.
Recordamos la tragedia de Coahuila en la mina Pasta de Conchos, donde mineros mexicanos perecieron por un derrumbe y donde el Estado poco o nada ayudó; mención aparte merece la tragedia de los 33 mineros chilenos que también quedaron atrapados por un derrumbe, pero fueron rescatados, pasando a engrosar las páginas de aquellos eventos amargos que ponen a prueba a la Humanidad y a los gobiernos en su respuesta social.
En el caso del ARA San Juan existen numerosas versiones de lo sucedido, por su parte la armada argentina ha dicho que el navío estaba en condiciones para navegar y que no presentaba fallas, pero en su navegación sí presentó una avería y posteriormente se registró por sonar que había existido una explosión, lo cual ha causado un pesimismo lógico y la rabia y el encono de los familiares de los 44 marinos que se encuentran en el submarino.
Se sabe que el ARA San Juan es un submarino viejo que ya había tenido reparaciones y también había presentado fallas diversas; sin embargo, no pasó a retiro y se le siguió utilizando hasta la tragedia que hoy se vive.
Ahora, la esperanza de rescatar a la tripulación es nula, todo presagia un desenlace funesto y cruel, cuestión que tiene en vilo a la Argentina.
Las preguntas de fondo en este caso -y otros- son: ¿hasta dónde existe o no negligencia del gobierno?, ¿por qué se presentan tragedias ante protocolos en desuso y su respuesta es siempre precaria y se disfraza la mayor de las veces con esfuerzos titánicos?, ¿hasta dónde el gobierno lucra con la tragedia buscando legitimidad de sus acciones?
Nada evita que este tipo de tragedias sigan ocurriendo y máxime cuando el Estado utiliza a la ciudadanía sin responsabilidad de la tarea que exige realizar.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
