Este jueves inició el primer encuentro diplomático entre México y Estados Unidos bajo el gobierno de Donald Trump. Ayer llegaron a México el secretario de Estado, Rex Tillerson, y John Kelly, secretario de Seguridad, para una visita de dos días donde se entrevistarán con el presidente Enrique Peña Nieto y funcionarios de su gobierno.
Si el propósito del mandatario y su gabinete no fuera otro que seguir buscando el mantenimiento de las relaciones económicas y políticas con Estados Unidos en su estado actual, éste sería el mejor momento para responder las ofensas que Trump ha hecho a México y los mexicanos.
Para iniciar, poner fin oficialmente a la Iniciativa Mérida, que ha sido un “Caballo de Troya” de Estados Unidos para triangular información de las oficinas del gobierno mexicano, del Ejército, la Marina y la Secretaría de Gobernación, a través de los equipos de comunicaciones donados para crear centros de mando, así como en los aviones y helicópteros donados.
A la vez, nadie mejor que nuestras fuerzas armadas, del CISEN, la Policía Federal y Ministerial, conocen de la existencia de cientos de agentes de la DEA, de la CIA, de la SNA y del propio ejército de Estados Unidos que operan en nuestro territorio, por lo que nunca hubo mejor momento para poner orden en las relaciones que México mantiene con el vecino país y recuperar la dignidad nacional.
De ahora en adelante México debería de ocuparse exclusivamente de la suerte de los ciudadanos mexicanos que han emigrado ilegalmente a Estados Unidos y son repatriados; el Instituto Nacional de Migración sólo debería recibir a los mexicanos y pedir a Estados Unidos que la deportación de cualquier ciudadano de otro país de América Latina se realice directamente a través de los conductos establecidos con cada uno de los países correspondiente y no a través de México.
Bajo las reglas del juego que ha establecido Trump, México no deberá seguir siendo el policía fronterizo de Estados Unidos: a las fuerzas armadas y a la Policía Federal les corresponde salvaguardar la integridad territorial y la seguridad de los ciudadanos mexicanos, pero no la protección de la frontera sur de Estados Unidos, cuyo muro que se construye desde los años noventa ahora pretende completar la nueva administración de la Casa Blanca.
Los acuerdos comerciales que dieron origen al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fueron producto de iniciativas de Estados Unidos, las cuales perseguían hacer frente al bloque comercial que surgía en Europa con la construcción de la Unión Europea.
El cambio de política comercial seguramente podría afectar el destino actual de más del 80% del total de las exportaciones nacionales; sin embargo, hay otros mercados que México ha dejado a la deriva que en la coyuntura actual podrían ser alternativas viables, como el de China, que hasta hace pocos años sólo recibía el 1% del total de las exportaciones de México o los países de América latina y el Caribe que sólo eran el destino del 6.5% del total de lo que exportaba el país.
Es lamentable que México trate aún de cuidar las formas en sus relaciones con Estados Unidos y no haya aceptado formalmente el apoyo de todos los países de América Latina y el Caribe para negociar con el primero, patentizado en la reciente Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), pues al final del día, México es la última frontera de Latinoamérica con Estados Unidos y ni Trump ni nadie podrá cambiar esa realidad, ni los aires latinos de los estados del sur estadounidenses, arrebatados por la fuerza a México y donde hoy se multiplican los hombres y mujeres de origen mexicano.
Por: José Luis Ortiz Santillán
Economista, amante de la música, la poesía y los animales. Realizó estudios de economía en la Universidad Católica de Lovaina, la Universidad Libre de Bruselas y la Universidad de Oriente de Santiago de Cuba. Se ha especializado en temas de planificación, economía internacional e integración. Desde sus estudios de licenciatura ha estado ligado a la docencia como alumno ayudante, catedrático e investigador. Participó en la revolución popular sandinista en Nicaragua, donde trabajó en el ministerio de comunicaciones y de planificación. A su regreso a México en 1995, fue asesor del Secretario de Finanzas del gobernador de Hidalgo, Jesús Murillo Karam, y en 1998, fundador del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.
