Cirugía plástica y poder

El 1 de febrero cumplo cinco años trabajando en la administración de la clínica Guadalupe, en Tulancingo, mismos que celebro escribiendo una columna con motivo de una de las prácticas que se realizan en la institución. 

Antes de entrar en materia, hago del conocimiento de quienes me leen que a este lugar me unen motivos laborales, emocionales y familiares. Cabría mencionar que nací en esta clínica y que el ginecólogo que atendió a mi madre fue mi padre, que el pediatra que me recibió fue un amigo de la familia, el doctor Hugo Sergio Cravioto Cortés (†); mis dos brazos rotos fueron sanados aquí; amigos y amigas entrañables se han atendido con motivo de enfermedades, lesiones, embarazos y procedimientos electivos; y hoy, después de muchos años de estar cerca, participo en la toma de decisiones de su dirección. 

Entrando en el tema, lo primero que hay que entender es que la medicina como el ser y el derecho constitucional como el deber ser no son ajenos entre ellos, ambos tienen un campo de reconocimiento en la ética, en la epistemología y en la metafísica; quienes ejercen como médicos o abogados son detentadores de un poder científico y, por decirlo en palabras del constitucionalista Héctor Fix Zamudio, ambos pueden operar en el ámbito de sus respectivas patologías y surtir efectos terapéuticos, pues la finalidad de la aplicación de ambas ramas del conocimiento radica en eliminar los obstáculos que impiden el cumplimiento del orden natural del cuerpo del que se ocupan.  

Es Fausto, la tragedia alemana de Wolfgang von Goethe, con la que mejor puedo describir la controversia de una de las prácticas del área de la salud: la cirugía plástica de carácter estético. Resulta que el protagonista de la novela es un hombre anciano entendido en la ciencia, en lo humano y en lo teológico, y ha decidido torcerse en un pacto de sangre por una vuelta a la juventud, a lo romántico y a lo estético; para los entendidos en aquel texto, Fausto no abandona lo apolíneo por lo dionisiaco (si se me permiten los términos), porque el protagonista no era infeliz a causa de lo que tenía, sino que su infelicidad derivaba de aquellos placeres en los que no había sido complacido, y fue la satisfacción de estos el arte que llevó a Dios a reclamar el alma de quien en la obra fuera su favorito, pues las pasiones no son amorales. Es entonces entendible que está en lo humano aquello que vuelve al individuo merecedor de la gloria; tratándose de los otros hombres y de las deidades, es lo infrahumano lo que ellos penan con el castigo. Y es así como la metáfora cobra vida, es la persona que sufre por su amorfia la que busca un paliativo, es quien no tiene la proporción deseada quien busca la simetría en sí o para igualarse a sus semejantes, es quien ha perdido o nunca ha tenido los motivos de Afrodita (Venus para los romanos) quien puede encontrarse con el médico especialista en cirugía plástica para la sanación de sus achaques. 

La literatura nos regala la triste historia de Quasimodo de Víctor Hugo y la desventura del monstruo de Frankenstein de Mary Shelly para recordar que la sociedad no perdona a quien es diferente; nadie que haya visto la película Freaks olvida la escena, que se cuece al ritmo de un coro que repite Gooba Gabba Gooba Gobble, donde hay una exhibición de los que son distintos para hacer la alegoría de la otredad que recuerda que el mito, el prejuicio, el miedo y el antagonismo son lo que no es plausible. 

Por otro lado, la vigencia de la estética es inmarcesible porque su esencia no es otra más que la que le dio y le da origen; y su carga axiológica supera la conceptualización, la degradación o la relativización, tanto es así que la universalización de los valores estéticos es equiparable a la de los valores morales, económicos y culturales. Para muestra de la gradación de los valores culturales, acostumbro decir que es superior la carga que tienen los tenedores en contraposición a los palillos chinos; para sustanciación de un ejemplo de un valor económico sobrepuesto a otro se encuentra el dólar estadounidense ante el peso mexicano; y el de los valores morales se explica con los actos honestos frente a los actos indolentes; y finalmente un valor estético frente a otro se puede dar desde el mundo del arte hasta en el mundo del cariz humano. 

Hablar de axiología no es hablar de poder, pero hablar de poder necesariamente conlleva sumar valores, y siendo que suscribo este texto sin ser nihilista, posmoderno o iconoclasta, considero que una estética saludable se suma al listado de constelaciones que pueden otorgar al poseedor de muchos valores, o de valores superiores, mayores posibilidades de hacerse de un coto dentro del terreno deseado. 

No les hablaré de la alopecia, de la obesidad, de las asimetrías, del desgaste o del adolecer de una bella sonrisa porque la subjetividad no me compete, les diré que la realidad exige que sepamos que la democracia contemporánea es dirigida y mediática; que la oligarquía plutócrata compite con elementos mercadológicos y políticos; y que el poder es maquiavélico, no es procedimental. Por ello es necesario que quienes estudian al poder o se dedican a él hagan sus consideraciones. 

Me despido en festejo por mi aniversario dentro de la clínica Guadalupe, esperando seguir escribiendo algunas líneas referentes al campo de la salud. 

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Por: Iván Mimila Olvera

Abogado y asesor en materia constitucional y autor de los libros "Cuestionario de Derecho Constitucional" y "Cuestionario de Derecho Constitucional de los Derechos Humanos". Actualmente es litigante en activo y asesor de diversas organizaciones de la sociedad civil.


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CONSTITUCIONALISMOS - Iván Mimila Olvera

Abogado y asesor en materia constitucional y autor de los libros "Cuestionario de Derecho Constitucional" y "Cuestionario de Derecho Constitucional de los Derechos Humanos". Actualmente es litigante en activo y asesor de diversas organizaciones de la sociedad civil.