Quizá sensible, quizá conmovido por la miseria humana, escucho a una prostituta, o puta como comúnmente se les señala; para mí es una dimensión difícil y miserable de los extremos en que puede caer un ser humano ante la necesidad de mantener su existencia y la de los suyos.
Más de alguna vez he escuchado la estúpida hipótesis de: “las prostitutas lo son porque así lo quieren, se puede trabajar hasta lavando ropa”.
En primer término, el trabajo que permite poner pan y mucho más en la mesa de nuestros hogares requiere de mayor valor que el que genera lavar ropa; enviar a un hijo a la escuela y volverlo un profesional universitario no se logra lavando ropa ajena.
El segundo aspecto es que la idea de que las prostitutas son porque así lo quieren, es tan enferma y pendeja como cuando se señala que los pobres son pobres porque así lo quieren, y no se evalúan, en el caso de la prostitución, las cadenas de explotación y cotos de poder y corrupción que existen frente a esta cruenta realidad.
Lamentablemente, la vida útil de una prostituta en una curva de supervivencia suele ser menor que un trabajo habitual, pero mucho más peligroso por el trato con proxenetas y clientes y por la exposición a enfermedades, cuestión que no ha sido ponderada y que debe dar paso a una nueva visión del problema para que las prostitutas o sexoservidoras puedan acceder a una jubilación o pensión y a la seguridad social.
Como en todas las profesiones, duramos hasta que el cuerpo nos abandona, cuando nuestra juventud dejó de estar y nuestra vejez es censurada porque nos consideran inservibles caemos en desgracia, nos volvemos tiempo de espera frente a la muerte.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
