Del apocalipsis priísta al génesis lopezobradorista

En las siguientes horas ocurrirán dos eventos que en la más maquiavélica profecía de la historia política mexicana parecían improbables: el fin de una era oscura y turbulenta de ocho décadas de priato con gobiernos que sin pudor transitaron del heroico nacionalismo revolucionario al cínico neoliberalismo privatizador, y la luminosa aparición del primer movimiento social electo democráticamente con la instauración del primer gobierno popular de izquierda.

Del apocalipsis priísta sólo quedarán algunos vestigios del régimen de partido único: la escasa minoría de representantes en las cámaras parlamentarias y un puñado de gobernadores. De la génesis morenista brota una fuerza democrática, legítima y ciudadana que se manifestó el primero de julio con la esperanza de refundar una nación que destierre la corrupción, la violencia y la desigualdad.

El 30 de noviembre de 2018 deberá quedar inscrito en los anales de la historia como la fecha que murió el partido oficial. Las crónicas de un partido llamado PRI, que al desaparecer gradualmente desde este viernes alienta el nacimiento de una nueva era y de la destrucción de los peores vicios del sistema político mexicano: clientelismo, fraude, compra de votos, acarreos, corrupción, cacicazgos sindicales, voto corporativo, instituciones al servicio del centralismo, presidencialismo exacerbado, represión a la oposición, estado de terror, sometimiento a los organismos internacionales, desaparecidos políticos, guerra sucia, narcotráfico copulando con el poder…

Una nueva narrativa podrá fijar una postura más equilibrada que la apología a la que nos acostumbraron los historiadores del presidencialismo del siglo XXI. En el relato de la historia deberá quedar constancia del saldo de los agitados ajustes impuestos por el sistema político mexicano: fraudes, masacres, desaparecidos, instituciones corporativas, etcétera.

Para no remontarnos a la oscura historia lejana del régimen priísta, centrémonos en la historia reciente, cuando la aplanadora tricolor canceló con saña todas las oportunidades a la izquierda en su lucha estoica para llegar al poder.

Acostumbrado a anular a sus interlocutores, el PRI se dedicó a aplastar a todos sus opositores; destruyó sindicatos independientes, desapareció periodistas y líderes sociales; hacinó las cárceles con presos políticos y a los intelectuales les otorgó prebendas para que los ilustrados le echaran la mano legitimando el autoritarismo.

Quiero referirme a la historia que yo conocí, la que arranca en los ochenta, cuando el gobierno quedó rebasado por la naciente sociedad civil. En 1985 el terremoto cimbró la estructura del inoperante gobierno federal, éste que sin inteligencia ni capacidad de reacción no supo enfrentar la tragedia y endosó a los espontáneos ciudadanos la tarea del rescate y la reconstrucción. Asamblea de Barrios, el Movimiento Urbano Popular y Súper Barrio encabezaron la lucha por los derechos de los afectados. Esta coyuntura inesperada impulsó el surgimiento de otros actores sociales comprometidos con la causa democrática: Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, entre otros.

De ese ímpetu de la sociedad civil se levantó para fracturar desde la protesta en la calle, plantones y mítines la autocracia de la presidencia imperial que se negaba a generar condiciones para la sucesión. Esa inercia de movimientos sociales y activismo favoreció la conformación del Frente Democrático Nacional que colocó en 1988 a Cuauhtémoc Cárdenas como el candidato de una campaña llena de alegría que nos hizo soñar que podría arrancársele el poder al monopolio del poder. La sociedad civil creía en la utopía de conquistar la presidencia, todos los indicios mostraban un ascenso en las preferencias electorales para lograr lo imposible, pero fuimos demasiado inocentes y los del tricolor no iban a consentir una derrota.

Recurrieron a la tradicional maquinaria del fraude, tumbaron el sistema electoral, maquillaron las cifras e impusieron a Salinas de Gortari, cuya consigna era pisotear el legado ideológico de la Revolución y entregar el país en bandeja de plata a los particulares. Privatizaron las paraestatales, Telmex, los cines, la televisión, se apostó por el libre comercio per se cuando este país seguía en la extrema pobreza y la desigualdad. En 1994 ejecutaron a su candidato porque no respondía a las expectativas del complicado entorno económico y político. Luego fue el error de diciembre, dejándonos claro que la globalización y la superación de la pobreza era pura demagogia, de esa que tiene el tufo de los gobernantes del PRI.

Ernesto Zedillo minimizó la masacre de Aguas Blancas, el presidente que llegó de rebote porque era el único habilitado para seguir la campaña capitalizó la tragedia y ganó la presidencia con el voto del miedo. Luego, ya instalado en esa cómoda posición presidencial, el recién llegado a Los Pinos actuó con torpeza en el manejo de información y los capitales se fugaron. Endeudó más al país y en su afán de mandar señales serviles al capital internacional se dedicó a salvar a la banca corrupta que se había beneficiado de la protección del ahorro primero con el Fobaproa, luego el IPAB. Él mismo se convirtió en un globalifílico por esa obsesión de abrirle las puertas al capital extranjero y nos quedamos sin ferrocarriles nacionales para que el egresado de Yale llegara como miembro del consejo de administración de Union Pacific (última concesionaria de Ferrocarriles Mexicanos).

El pudor nunca fue signo de esta aristocracia revolucionaria. Presionado por un contexto que reclamaba apertura democrática, impulsaron la llegada de Fox para irse a la congeladora unos años, pero en realidad seguían siendo las políticas neoliberales de los gobiernos priístas las que seguían vigentes con Vicente Fox y Calderón.

Luego prepararon el retorno del dinosaurio apostando al olvido con un candidato dócil, de apariencia distinta al estereotipo tradicional que resultaba muy diferente a los siniestros personajes del RIP en las historietas de Los agachados, de Rius.

Se trató de reinventarse con el favor del voto de enojo contra Calderón, su guerra contra el crimen organizado y el poder de la imagen pública para seducir a una generación sin memoria que se rindió ante la apariencia y la mercadotecnia política de un tierno bebesaurio egresado de la vetusta escuela del Grupo Atlacomulco. El simpático Enrique Peña Nieto se va con algunos pendientes: la creciente inseguridad, el Estado fallido, los desaparecidos de Ayotzinapa, la elevación de la pobreza extrema, el escándalo de la Casa Blanca, el misterio de la triangulación de la sofisticada estafa maestra. El saldo del peñato priísta resucitó la historia negra de los gobiernos del tricolor en el siglo XX.

Este siglo no termina por arrancar y mostrarnos la esperanza. Primero en un acto desesperado se apostó por la opción de la derecha panista, luego retrocedimos doce años otorgándole otra oportunidad al PRI; creo que a base de estrellarnos y decepcionarnos contundentemente, el triunfo por López Obrador es la primera decisión racional en muchas décadas. La lección amarga que nos dejó este sexenio puede ser positiva si nos ayuda a aprender de los errores y no equivocarnos de nuevo. Adiós al PRI en la Presidencia, adiós a la dictadura perfecta.

Este sábado un expresidente del PRI, Porfirio Muñoz Ledo, le colocará la banda presidencial a un político surgido en el PRI, Andrés Manuel López Obrador. El pasado quedará atrás si el líder de esta nueva izquierda, un tanto tutti frutti, es capaz de mirar al pasado y recordar el legado de la lucha de los ochenta, en la que, por cierto, apenas López Obrador surgía. Soy optimista y creo que desde el cielo de los justos Heberto, Arnoldo y Valentín le enviarán un mensaje al tabasqueño: “Gobierna con justicia y nunca olvides dignificar la vida de los más pobres”.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.