Entre botellas

Escribo esto en mi bar favorito. Empecé a venir hace unos trece años, cuando apenas me alcanzaba para dos o tres cervezas de las más baratas y debía cooperarme mínimo con otra persona para comprar algo de comer. Entonces yo tenía un trabajo que me permitía despertar tarde, pero me anulaba las tardes y los fines de semana, y por supuesto que no me daba para pagar cervezas internacionales o tragos bonitos.

El bar de señores, en el que ponen música viejita y a volumen bajo y rápido te aburres. Así le decían a este lugar que yo desde siempre sentí más cómodo que cualquier otro bar que estuviera de moda para ir a emborracharse o socializar cuando era más joven. Aquí festejé mi cumpleaños veintiséis, en el que me las arreglé para salir sin saber cómo ni a qué hora y seguir bebiendo hasta el amanecer.

Dejé de venir varios años y han pasado mil cosas desde entonces: distintas etapas, varias –muchas– crisis y tristezas más que alegrías… Volví hace poco más de un año, aún en pandemia, pero ya sin tanto encierro; por primera vez vine sola, si no mal recuerdo fue el bar que elegí para vencer ese miedo. Muy a mi estilo, lo hice de la manera más segura para mi propia inseguridad: en martes, a las cuatro de la tarde, para comer algo, tomarme un par de cervezas e irme.

Quiero confesar que yo no nací con esta seguridad en mis propios pasos, pero agradezco la inspiración que me ha regalado el dicho fake it until you make it, que me ha funcionado para ir sola prácticamente a cualquier lugar.

Pienso que este salto cuántico de la Alma del pasado se debió a que hace ya un buen tiempo que estoy en esta faceta –que algunos no entienden– toda cursi y odiosa para algunos, de agradecer y valorar lo que tengo y lo que soy, todos los días. Porque después de mucho me atreví a mirarme, conocerme y comprobar que no hay persona con la que más ame pasar tiempo y visitar lugares, viejos y nuevos, que conmigo. Porque después de años enteros de quejadera, un buen día después de un gran derrumbe me cansé de mis propias quejas y levanté la mano para pedir ayuda; porque lo que en un principio se sentía como frase vacía de motivación de libro del Sanborn´s, de pronto se convirtió en mi palabra favorita: gracias.

Es raro al inicio, sí, porque lo más común es hacer conexiones basadas en la coincidencia de quejas; y es divertido, claro, pero hay una delgada línea entre lo chistoso y lo castroso. No es fácil salirse de la rueda de la queja colectiva, porque quien procura ver el lado brillante de las cosas no es cool y llega a ser excluido justamente porque no se queja. Pero también hay quienes lo agradecen…es cuestión de hallar a la gente correcta.

Pienso que no pude haber encontrado un mejor lugar para tener el impulso semanal que me hiciera deslizar los dedos tan rápido por el editor de textos de mi celular que este pub al estilo inglés donde ponen la música que me gusta al mejor volumen que existe, no sólo para platicar si vengo acompañada, sino para escuchar mis propios pensamientos, en el que lo mismo puedo voltear a ver el partido de básquet que el de americano o escuchar de fondo el choque de unas bolas de billar o simplemente estar en paz con el vaso que está frente a mí.

Hoy, que estoy sentada en la barra de mi querido Rata Roja, me miro en el espejo en el que también se miran las botellas y me veo feliz por haber reunido, año tras año, la seguridad para entrar sola y así estar, pedirme algo de comer para lo que ya me alcanza y una cerveza o un trago nuevo; porque hubiera querido tener esta confianza en mí desde hace más de una década, además, claro, de la seguridad financiera que ya no me tiene buscando pesos en mis chamarras al final de la quincena.

Hoy me doy cuenta de cuánto me gusta mi vida, el camino por el que me ha llevado y que me hace pensar que no, no todo era tan malo ni podía ir cada vez peor. Hoy me gusta lo que me refleja este espejo: una mujer que entró a su bar favorito, se sentó en la barra y pidió una hamburguesa, una cerveza y un gin tonic y los disfrutó sin sentirse intimidada por el afuera ni por el qué dirán de su soledad; una mujer a la que veo y digo: siempre quise ser como ella…y saber que hoy lo soy.

 

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Por: Alma Santillán

Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.


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SÓLO ESTOY VIENDO - Alma Santillán

Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.