Escenarios económicos 2023: una guía para no economistas

Juan Pablo Zorrilla Salgador


El recuento de los daños

El mundo no volvió a ser el mismo tras la crisis financiera de 2007-2008, y cuando apenas nos estábamos recuperando de ese suceso, el 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) nombró al covid-19 como una pandemia, decretando un estado de emergencia sanitaria en la mayoría de los países, cuya primera consecuencia fue el cierre de fronteras y el freno a muchas de las cadenas de suministro a lo largo y ancho del globo. Esto último creó un efecto de larga duración que afectó de manera negativa los tiempos de entrega de las mercancías y los precios de los envíos a nivel internacional.

A finales de 2021, con la llegada de las vacunas y el inicio de las campañas de inmunización, el mundo volvía lentamente a la normalidad con una recuperación económica que trajo algo de inflación a la par, lo cual se veía como un efecto positivo de la propia reactivación de la economía. Es importante añadir que, para hacer frente a la pandemia, la mayoría de los países aumentaron su gasto público, elevando sus niveles de endeudamiento, pero hasta aquí podríamos decir que, dada la circunstancia, esta nueva deuda pública se mantenía en niveles asumibles y justificables.

No obstante, el 24 de febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania, lo cual generó una importante tensión geopolítica internacional, pues las sanciones a Rusia provocaron una respuesta de este gigante y las afectaciones secundarias afectaron principalmente el suministro de energía a Europa, un aspecto en el cual la Unión Europea es sumamente vulnerable y dependiente. Este conflicto tuvo un efecto negativo directo sobre las cadenas de suministro y los precios de las materias primas, lo que ocasionó que las presiones inflacionarias se dispararan alrededor de todo el mundo.

Algunos escenarios económicos

Todo lo anterior creó un panorama caracterizado por una lenta y débil recuperación económica acompañada de una alta inflación. En este contexto, existen los siguientes escenarios: la inflación continuaría subiendo en 2023; el segundo es que varias economías entrarían en recesión, ya sea por causas “naturales” o “inducidas”; el tercer escenario sería la estanflación, donde se mezcla una situación inflacionaria como la que vivimos y se produce un estancamiento de la economía, mientras que la inflación sigue en aumento; un cuarto escenario es que la inflación baje a finales de este año y se normalice en 2023, y que muchos mercados libren pasar una etapa recesiva de su economía.

Desafortunadamente, el cuarto escenario es el menos probable. Ahora mismo, el mayor problema es que cada país debe enfocarse en frenar el aumento de la inflación, devolviendo la inflación a su objetivo. Para ello, el instrumento más inmediato es la aplicación de una política monetaria restrictiva de la economía, y aquí es donde entran en juego los tipos de interés y el tipo de cambio.

Lo que se pretende evitar es que se produzca el tercer escenario, la estanflación, ya que implicaría más tiempo para que se recupere una economía (en el peor de los casos una economía podría estancarse toda una década).

Por tanto, la mayoría de las políticas económicas se centrarán en reducir la inflación para 2023, eliminando así el primer escenario. Un aumento de los tipos de interés tiene como efecto el encarecimiento de pedir dinero, creando un racionamiento del crédito y retirando dinero en circulación en la economía, lo que podría causar una recesión por unos meses, por eso antes mencionaba lo de “inducir” una recesión.

Consecuencias económicas

El quid de la cuestión es actuar rápido o lento, ya que una subida de tipos anticipadas puede ayudar a evitar un aterrizaje brusco de la economía. Por el otro lado de la moneda, si se endurecen las políticas restrictivas demasiado versus a endurecer demasiado poco o demasiado tarde, y que la inflación siga en aumento, se obligaría a adoptar medidas más costosas en el futuro.

En cuanto el tipo de cambio, el hecho de que Estados Unidos cuente con tipos de interés más altos que los que ofrece actualmente la Unión Europea, convierte a los activos denominados en dólares en más rentables y, por tanto, más demandados para los inversores, lo que hace que el capital fluya hacia el dólar, encareciéndola con respecto al resto, incluido el euro.

Una moneda débil (devaluada) tiene varias lecturas, la más perceptible es que beneficia a los exportadores, pero no es tan bueno para las familias y los países que dependen de las importaciones, ya que encarece los productos importados, favoreciendo la producción nacional. No obstante, una moneda débil en un escenario con altos tipos de interés genera una serie de riesgos financieros como consecuencia de grandes déficits por cuenta corriente y una fuerte dependencia de las entradas de capital extranjero, así como en aquellos países con altos niveles de deuda pública o privada a corto plazo o denominada en divisas.

Pronósticos para 2023

En definitiva, las perspectivas económicas para los países que hagan bien su tarea serán que la inflación se ajuste a un objetivo no mayor al 4% para 2023. Por su parte, a la Unión Europea no le interesa tener una moneda más débil frente al dólar, por lo que se esperaría que recuperase su posición frente al dólar.

En el caso de las economías menos desarrolladas, jugará un papel determinante el manejo de sus niveles de endeudamiento con la recuperación económica a mediano plazo. Sin embargo, esto es partiendo del supuesto que todo sigue exactamente igual, y sin considerar las nuevas pandemias que están por venir y los riesgos del cambio climático, entre otros muchos peligros.

SOBRE EL AUTOR

Juan Pablo Zorrilla Salgador

Licenciado en Economía por la Universidad Veracruzana (México); cuenta con un posgrado en Políticas Públicas por la Universidad de la República (Uruguay) y es doctor en Economía por la Universidad de La Laguna (España). Actualmente, es consultor en ciencia de datos y evaluación de políticas en BCN ITLabs e integrante de la red de expertos del Observatorio Interamericano de Gobernanza e Innovación Pública (OIGIP) y del Laboratorio de Tecnología de Interés Público (PIT Policy Lab).


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