La comprensión ontológica 35

¿No que no hiciste nada?

 

35.1     ¡Hermano! Hola. ¿Cómo me encontraste? Constanza. ¿Cuándo regresaste de Chiapas? Ayer. ¿Y qué pasó, cómo te fue, por qué estás aquí? Estoy en una pausa guerrillera, me fue bastante bien y estoy aquí para hablar de ti. ¿De ? Eres un individualista. ¿A qué te refieres? Has perdido la emoción de los temas sociales. ¿De qué hablas? Lo único que te importa es tu propio bienestar. ¡Estoy luchando por sobrevivir! Ya no eres solidario colectivamente hablando. ¡Apenas puedo conmigo mismo! Tu concepto de justicia es ego-centrista. Sabes bien que estoy aislado. ¿Por qué ya no luchas por la sociedad? ¡Porque es la maldita sociedad la que me persigue! ¿Qué es lo que quieres? No quiero regresar a la cárcel.

¿Sólo eso te preocupa?

 

35.2    Despierto sereno, nada estrepitoso ni agitado, simplemente abriendo los ojos de un sueño que, extrañamente, reaviva la esperanza de que mi voz interna se funde con una realidad más allá de la sierra en la selva guerrillera. Dalia duerme profundamente a mi lado. Aspiro el aire levemente, recuerdo la última imagen del sueño y, me quedo pensando, espero que te encuentres bien, hermano.

—Yo también.

En el pequeño hotel abandonado no había camas en las habitaciones por lo que acampamos con algunas mantas en la gran estancia, un rectángulo que pasaba por el gran patio de enfrente atravesando el lobby hasta los jardines deslindados por una gran familia de diversos tipos de palmera y, al fondo, una piscina mediana con forma de medialuna.

          Como la inolvidable marca en la cola de la ballena.

Aún no amanecía pero la luz-azulada de la expiración de la madrugada permeaba la estética del espacio exterior aquí en la tierra, aquí en la calma y mi segunda utopía realizada.

La primera fue en mi infancia.

Fui por agua a la gran cocina, saqué del refrigerador una manzana y, antes de salir a la terraza, la dejé a un lado de Dalia como obsequio de esa increíble mañana.

¿Recuerdas?

Me siento en el pasto, siento en mis manos la textura de la yerba húmeda por el rocío y, tras echarme boca arriba sobre ésta, observo la luna clara alejándome de su proyección de luz naciente de otra cálida jornada en los campos de Cuautla. Llevamos aquí casi una semana y, como mágica alineación de los planetas, han sido los días más bonitos de mi existencia. Sin embargo, la primera noche fue tensa, Constanza nos dejó en la gran estancia y, luego de verificar que hubiese energía eléctrica, gas y agua, se retiró dejándome un grueso fajo de billetes y dos números telefónicos en caso de emergencia. Volverá en una semana. Al día siguiente fuimos por víveres, buscamos un mercado y, por fortuna, había uno muy cercano. Mucha fruta, aguacates, quesos, carnes varias y panes de todas las variedades. Dalia ama el pan de dulce. Y cargados de bolsas nos sentamos a descansar en la banca de un pintoresco parque donde había un pequeño busto metálico de Emiliano Zapata, compramos helado y nos pusimos a mirar a la gente mientras nos imaginábamos qué podrían ir pensando. A veces nos reímos y algunos nos observan, saben que no somos de aquí, asumen que somos turistas y, en realidad, lo somos aunque no por una auténtica elección viajera.

—¿Cuál es tu sueño? —me pregunta, la miro y, tras darle un beso, contesto:

—Lo estoy viviendo.

Me mira entornando los ojos, enchueca un poco la boca sonriendo y, luego de pegarme cariñosamente en el hombro, me abraza intensamente.

Un auto de la policía municipal se estaciona cerca, decidimos levantarnos y tomamos un taxi en el que aún íbamos volteando por si nos venía siguiendo.

El crepúsculo.

Llegamos al hotel, nuestra isla solitaria, nos acostamos sobre las mantas y, mirándome a los ojos, me besa, nos abrazamos y, gradualmente, nos desnudamos. Su olor dulce, su piel mestiza y sus ojos oscuros sobre tremendas sombras místicas. Sus senos perfectos, sus pezones tiernos, danzarines y poderosamente bellos, místicamente eufóricos con el mínimo roce de mis labios, mi lengua y el encanto metafísico de ambos. Su cintura natural, descendiendo fluidamente hacia sus exactas caderas que se mueven con la sincronía de las estrellas cuando baila, cuando juega y cuando se acuesta boca abajo mirándome cómo escribo.

—¿Qué es?

—Filosofía.

—Ya lo sé, pero qué exactamente.

—¿Exactamente?

—Dime —dice tomándome de la barbilla, me da un beso e insiste—. ¿Qué escribes?

—Un análisis.

—Análisis de qué.

—De la metafísica

—¿Qué es metafísica?

No recuerdo lo que respondí en ese instante, no obstante, recuerdo bien que luchaba por encontrar las palabras exactas. Paradójico, las palabras exactas para explicar aquello que llamamos ‘metafísica’. No hay palabras exactas en metafísica. ¿Y qué significa la palabra ‘exacto’ en el juego de lenguaje de la metafísica? ¿Y hay un juego de lenguaje de la metafísica? ¿De qué trata la metafísica más allá de lo que está más allá de la física?

De pronto, Dalia me arrebata el cuaderno.

—¡Oye!

—¿Lo quieres?

Intento tomarlo pero lo aparta jugando.

—¿En serio lo quieres?

—¡Sí!

—¿Lo quieres más que a mí?

—¿Qué?

—Que si quieres este cuaderno más que a mí.

—Por supuesto que no.

—Demuéstramelo.

—¿Cómo?

—Tú sabrás.

Los siguientes tres días no salimos del hotel, desnudos todo el tiempo y el amor por todas partes y, en un descubrimiento mutuo, de todas las formas posibles. En el jardín, en una habitación del tercer piso mirando por el balcón, en medio de otra habitación en el segundo piso con las cortinas abiertas, en el pasillo del cuarto piso sobre un mueble frente a un gran espejo que cubría la mitad de la pared. Mirándonos. En la sala de juegos, en el comedor y hasta la cocina. El amor todo el tiempo. En el jacuzzi de la suite del último piso, en las escaleras principales deslizándonos pasivamente por el mármol, en la pequeña sala de lectura, en el patio de enfrente a plena luz del día y, por las noches, en la azotea, mirando la luna, mirando las estrellas en el brillo de nuestros ojos y, en el reflejo de su iris, toda la vía láctea.

Como en Ámsterdam.

El sexto día continuaba escribiendo sobre el concepto de metafísica cuando, alegremente, sentí en mi espalda los besos cariñosos de Dalia.

—¿Ahora qué escribes, joven filósofo? —me pregunta mientras mastica la manzana.

—Me has puesto a pensar mucho.

—¿Soy tu musa?

Me besa en la oreja, intento responder mientras sonrío-tiemblo de manera sensible y, sorpresivamente, suena el timbre. Ambos nos miramos inmóviles, nerviosos y, en voz muy baja, comenzamos a especular. El timbre otra vez. Subimos a la azotea y, con extrema cautela, nos asomamos.

—¿Qué vamos a hacer?

Frente al hotel hay una camioneta de la policía estatal, dos agentes esperan de pie en la puerta, un tercero insiste con el timbre y un cuarto porta un arma larga.

 

Continúa 36

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".