La comprensión ontológica 6

El ser es tiempo —me dice Heidegger.

El ser es existir —le replico— y ello implica temporalidad.

Me observa frunciendo el ceño, quiere recriminarme con una dúplica pero al parecer no encuentra las palabras exactas y, tras un óntico silencio, sólo me dice:

Eres igual que Husserl.

6.1 El restaurante “El cazón” era el favorito de los pescadores, no sólo por el picante sazón de la señora Almeida sino por los precios más económicos de la región pesquera. Comidas corridas, paquetes marinos y platillos veracruzanos especialidad de la casa, e.g., pulpo en morita, camarones al chiltipín y tiburón en salsa de habanero los más populares. ¿Recuerdas? El capitán Ferdinand engullía con extrema rapidez un cóctel de ostión, Claudia disfrutaba tranquilamente de una mojarra al ajillo y yo comía con cubiertos unas quesadillas de cangrejo.

—Eso se come con la mano, muchacho.

Es que les eché mucha salsa, señor.

Dime “capitán”.

Sí, capitán.

Padrino —interviene Claudia—, ¿ya pensaste en lo que platicamos?

El capitán asiente, me mira y, sin dejar de masticar, me apunta con su cuchara.

¿Le tienes miedo al mar? —me pregunta.

No.

¿Y de verdad quieres ser pescador?

No realmente.

—Pero sí te entusiasma ¿verdad? —me dice Claudia sonriente.

Pues…

—¿Sabes algo de pesca? —me pregunta él.

—No.

—Pero puede aprender, padrino.

—¿Cuántos años tienes?

—Diecinueve.

—¿Y de verdad quieres aprender?

—Me gusta aprender.

El capitán se inclina sobre la mesa y, como queriendo ver a través de mis ojos, me mira fijamente poniéndome incómodo. Volteo a ver a Claudia y ella sólo me cierra el ojo.

Tú síguele la corriente.

—Está bien —dice el capitán—, tienes mirada confiable. Empiezas mañana mismo.

Gracias, padrino —dice Claudia y lo abraza—. Te prometo que no te vas a arrepentir.

Pero que conste —le advierte—, yo no me responsabilizo si pierde un dedo o una mano.

No va a pasar nada de eso, padrino.

—A ver, a ver, a ver —reacciono—, ¿cómo que puedo perder una mano?

—O una pierna —añade él.

—¡Qué!

—No te preocupes, mi padrino exagera.

—¿Y el último chico que trabajó conmigo?

Claudia niega con la cabeza no queriendo que me cuente, empero, el capitán prosigue:

Estábamos cazando tiburones cuando la línea se enredó en su tobillo y su pie salió volando como cuando avientas un zapato. El pobre se aventó al mar queriéndolo recuperar pero…

—¿Qué pasó? —pregunto intrigado.

Silencio.

—¿Se murió?

—Algo así —dice el capitán.

—¿Cómo “algo así”?

—Se suicidó un mes después —dice Claudia.

Otro silencio.

—¿Fue por su pie?

—No lo sé. Tal vez.

—Pero lo bueno es que tú no le tienes miedo al mar —subraya el capitán— ¿verdad?

Pues…

Te ofrezco el diez por ciento, muchacho.

¡Padrino!

Bueno, el quince por ciento.

Padrino.

¿El veinte?

Claudia eleva su mano.

Te doy el treinta por ciento de lo que pesquemos.

Volteo a ver a Claudia, ella asiente y le doy la mano al capitán.

Trato hecho, Ferdinand.

¡Capitán Ferdinand! —me regaña.

Perdón, capitán.

6.2 Al día siguiente fui por carnada a una tienda de los muelles, el capitán me había encargado además una red y una cuerda gruesa de diez metros.

Así que tú eres el nuevo ayudante de Ferdinand me dice el tendero, un tipo barrigón y sucio.

Así es, del capitán Ferdinand.

¿Y en serio vas a zarpar con él?

Sí, claro. ¿O por qué me lo dice?

No, por nada —contesta, se da la media vuelta y ríe—. Voy por tu encargo.

Se mete a la trastienda, me quedo pensando en su burla turbia y le echo una ojeada al local. Observo los coloridos anzuelos cuando entran dos escandalosos pescadores, uno da varios manotazos sobre el mostrador y el otro chifla llamando al tendero.

—¡Ya voy! —responde desde la trastienda.

—Pero apúrale, pinche gordo —dice uno.

—¡O nos vamos sin pagar! —dice el otro y ambos ríen.

—¿Ya sabías que el viejo loco tiene un nuevo ayudante?

—Pobre, a ver si a él no lo mata también.

—Ni siquiera deberían dejarlo salir del muelle, es un peligro para todos.

—Es un pobre pendejo, no ha pescado nada en años.

¡Sólo deudas!

Volvieron a reír y siguieron hablando del capitán hasta que el tendero entró haciéndoles una seña de que yo estaba ahí. Voltean y me miran.

—Hola —les digo.

Se miran entre ellos, me dan la espalda y, acto seguido, el tendero me extiende la bolsa con mi pedido.

—Aquí está lo que pediste, muchacho.

—¿Cuánto es? —pregunto sacando el dinero.

—Me pagas después ¿sale?

—Sí, claro.

Y saludas a Ferdinand de mi parte.

Muchas gracias —digo por último, me retiro y, cuando finalmente salgo de la tienda, escucho sus risas otra vez.

6.3 Salió del agua un magnífico cetáceo hermosamente grisáceo, la marea moviéndose irregularmente y, pocos segundos después, su aleta caudal elevó el particular dibujo de una media luna.

¡Es él! —grita el capitán emocionado.

Sonríe y, luego de una gran aspiración que casi lo hace llorar de emoción, se mete a la cabina poniendo sus manos en el timón.

¡Vamos!

¿Adónde?

Prepara el arpón.

No, capitán —replico luego de una pausa.

¿Qué dices?

No voy a preparar el arpón.

¿Por qué?

Porque no sé prepararlo. Es más, ni siquiera sé dónde está.

Está en-

Pero no sólo es eso, capitán.

¿Entonces?

No está bien.

¿Qué no está bien?

Cazar ballenas.

¡Pero yo tengo permiso!

¿Permiso? ¿Quién le dio permiso?

¡El presidente! Él personalmente me dio su autorización —dice sacando una hoja doblada del pantalón—. ¡Mira!

Una hoja amarillenta escrita en máquina de escribir, otorgando un permiso personalizado a favor de Ferdinand Leyden y firmado por, efectivamente, el presidente de la república Manuel Ávila Camacho.

—¿Esto es auténtico?

El capitán asiente.

—Pero… Usted no puede ser el beneficiario de esta carta.

Baja la mirada, suspira un poco y, levantando la mirada, reconoce:

—Es de mi padre.

—Me le quedo mirando.

—¡Pero en la ley dice que yo puedo heredarla! ¡Hay una sentencia por el juicio de intestado! ¡No es ilegal!

De todas maneras, capitán. Me niego a participar y, si soy sincero, incluso voy a impedírselo mientras siga a bordo.

Silencio.

Te voy a llevar al puerto pero de inmediato me voy a regresar para cazarla.

¡No! No está bien. No puede salir bien. ¡Es una locura, capitán!

¿Estás insinuando que estoy loco?

No, no, no, de ninguna manera pero…

¿Pero qué?

¿Acaso no leyó Moby Dick?

No

¿Qué?

Nunca he leído… ¿Cómo dices que se llama?

¡Moby Dick!

Pues eso.

¿Por qué le puso Herman Melville a la ballena?

Yo no le puse el nombre.

¿Entonces quién?

No recuerdo —dice luego de una pausa mientras se sienta, queda reflexivo y suspira hondamente mirando el sol descendiendo lentamente.

Vamos a regresar, capitán.

No me contesta.

¿Capitán?

Me voltea a ver:

¿Y Herman?

Otro día, capitán.

¿Otro día la cazamos?

Otro día platicamos de ella.

El silencio de las voces, la marea golpeando el casco oxidado del barco y nubes negras a lo lejos.

Vámonos, capitán.

Otro silencio, la marea aumentando su ritmo y el viento comenzando su acecho vespertino.

Pero me debes una borrachera, muchacho.

Sí, sí, capitán, pero ya vámonos.

Tomó el timón, encendió el viejo motor del barco y, girando lentamente, avanzamos con dirección al puerto. Algunos minutos de silencio.

Nunca me he emborrachado, capitán.

¿En serio?

Asiento.

Pues hoy será el día.

6.4 ¿Qué es la comprensión del ser? ¿Qué significa la expresión “la comprensión del ser”? ¿Cuál es el significado de ‘ser’ en cuestión y, sobre todo, de qué tipo de comprensión estamos hablando?

Es la comprensión del trasfondo que da sentido a las cosas —me dice Heidegger.

—En un determinado juego de lenguaje —le digo—, te faltó aclarar.

—¿Qué es un juego de lenguaje?

—¿No has leído a Wittgenstein?

—¿Wittgenstein? ¿Acaso es judío?

—¿Eso qué tiene que ver?

—Mucho.

—¿Cómo qué?

—¿Tengo que explicártelo?

—Por favor.

—Veo que lo defiendes —dice luego de una pausa—, ¿tú también eres judío?

—Soy mexicano.

—¡Es lo mismo!

—¿A qué te refieres con lo mismo?

Eres igual que Husserl.

Continúa 7

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".