No hace más de una década que el consumo de cannabis a nivel internacional era ampliamente cuestionado, en muchos países era ilegal y condenado por la moral social, al igual que lo han sido otras sustancias de las que aún la ciencia y el conocimiento científico no otorgan la certeza de los daños o beneficios que pueden causar a la salud.
La cannabis o mariguana, como se le conoce en países de habla hispana, hoy atraviesa por el escrutinio mundial en diferentes foros gubernamentales, empresariales y de la sociedad civil, en los cuales se han expuesto los alcances medicinales y recreativos y sus consecuencias, lo que ha permitido irla desmitificando para insertarla como una sustancia que puede tener beneficios en temas de salud y recreación.
Junto con la pervivencia del cannabis en diversas latitudes, hoy se advierte una evolución del pensamiento social frente a su uso, al grado que en diversos países europeos y en Estados Unidos encontramos almacenes donde puede ser adquirido de modo legal. En América Latina el salto cualitativo lo dio el gobierno de Uruguay, que ha permitido su uso recreativo, quebrando con ello décadas de persecución legal y moral a sus consumidores.
Convengamos que no podemos presentar el consumo de estupefacientes como un tema aceptable en las sociedades globales, pero es absolutamente necesario empezar a general una cultura de control de adicciones que se transmita con la fortaleza de los valores de dignidad e integridad humana, en vez de generar estereotipos y prejuicios mordaces que dañan al tejido social y no nos han permitido avanzar en las soluciones que requerimos a nivel internacional para salvaguardar la salud.
En este marco lógico destaca que a nivel científico su exploración e investigación no han arrojado datos concluyentes sobre sus alcances, esto explica la evolución del pensamiento global sobre sus beneficios y complicaciones, los cuales han llevado a iniciar la lucha para el uso médico y recreativo de la mariguana, lo cual era impensable hace menos de una década y pone de manifiesto que requerimos que las investigaciones científicas profundicen sus alcances para entender no sólo las consecuencias del uso de sustancias prohibidas, sino también de las sustancias permitidas con las que coexistimos a lo largo de nuestra vida.
Pongamos un ejemplo paralelo a nivel mundial: el consumo del tabaco y de alcohol, de uso legal a nivel global, fue la primera gran batalla de la conciencia que dio la sociedad internacional y que materialmente empujó a gobiernos y al sistema de salud internacional a prohibir en muchos países su difusión, a controlar su venta a menores de edad y a realizar campañas de prevención sobre su uso, las cuales provenían de la investigación científica que detectó múltiples problemas de salud y descomposición social producto de su consumo.
Las tablas valóricas de los alimentos, exigidas por los gobiernos, son el resultado de la investigación científica que advierte el exceso de azúcares, grasas saturadas, proteínas y demás componentes que afectan nuestra salud, con lo que no sólo se generan formas de control en su ingesta, sino también perfilan nuevos hábitos sociales, colaborando en la salud de los consumidores e impulsando acciones de prevención que alargan la esperanza de vida y llevan a múltiples equilibrios orgánicos, incluida la cadena de costo de los sistemas públicos de salud en atención a diversos padecimientos que pueden ser -y en los hechos lo son- prevenibles.
El cannabis ha dado el salto cualitativo en la evolución del pensamiento global hacia la comprensión de las sustancias que generamos y con las cuales debemos coexistir, desde una cultura que se apoye en el conocimiento científico para lograr estabilidad social y perfilar nuevas conductas que armonicen la interacción social frente a problemas que podemos y debemos solucionar como parte de una respuesta integral que involucre un compromiso de humanización y tolerancia frente a la complejidad evolutiva de nuestra especie.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
