Creo que todos los que vemos películas de Hollywood recordamos la célebre historia del médico “Patch Adams”- Hunter Doherty, el que con humor y risa mejora la calidad de vida de los pacientes-, interpretada por el fallecido Robin Williams.
Pues bien, Patch Adams existe, e indignado por las absurdas declaraciones de Donald Trump respecto al tiroteo en Florida, le contestó: “Autores de tiroteos en Estados Unidos no son enfermos mentales como señaló el presidente Donald Trump; más bien ‘están tan desorientados que buscan cualquier forma para estimularse’ “.
El desencuentro del querido Patch le ha puesto un madrazo en el hocico -perdón por lo de madrazo- al neoyorquino, pero lo que es peor, le ha recordado que es un pinche ignorante de pacotilla y que lo mejor que puede hacer es no vociferar, aunque en realidad, pese a que Trump es ignorante, desea hacer ver el evento de Florida menos cabrón de lo que fue, para que la venta de armas en Estados Unidos no se vea mermada.
El pedo del asunto -perdón por lo de asunto- es que ni con la risoterapia de Patch Adams se podría curar a Trump de la pendejez, enfermedad que ataca a esos seres que están negados a entender la realidad social y que suelen encubrir sus debilidades e intereses en sus torpezas, cuestión que se trae en los genes pero se pule en la vida, por lo que curar a Trump de la estupidez es imposible. Como dice mi carnal, Brozo: “San Alejo, líbranos de estos amigos”.
Es tanta la estupidez de Trump y tantos sus intereses mezquinos, que en esta amalgama que se refleja en su conducta las cosas siempre pasan a lastimar a los más, cuestión que como gota amarga viven los migrantes y las minorías, salvo la minoría de ricos, en Estados Unidos.
He elevado mis plegarias a Hashem para que al pendejo de Trump le caigan las siete plagas, en una de esas, aunque no sea una plaga, le da gonorrea y al menos nos hace reír, no importa que Patch Adams no esté presente.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
