¿Por qué están tan asustados?, ¿todavía no tienen fe?

El Papa Francisco ya camina con dificultad y así se le vio llegar al estrado, desde donde en su calidad de obispo de Roma y pontífice de la Iglesia Católica, con cerca de 1400 millones de fieles, dio la bendición urbi et orbi (a la ciudad y al mundo) para implorar la protección divina en este momento de angustia por el Covid-19.

Fue una ceremonia extraña y estremecedora por lo imponente y significativa, sobre todo para el mundo de la fe. La plaza de San Pedro, que tiene capacidad para unas 300 mil personas, estaba vacía y bajo la lluvia sólo se veía la figura blanca del Papa, mientras ardían unos candelabros como parte de la ceremonia religiosa.

Francisco leyó el Evangelio de Mateo, en que se narra cómo el maestro les pide a sus apóstoles llevarlo al otro lado del mar de Tiberíades y, cansado, se duerme; viene entonces una gran tormenta que provoca olas que empiezan a inundar la barca y causan miedo entre los discípulos, que despiertan a Jesús diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos estemos hundiendo? ¡Sálvanos!”. Jesús despierta y le ordena al viento: “¡Silencio!”, y al mar: “¡Quédate quieto!” y viene enseguida una gran calma. Les dice entonces a los apóstoles: “¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe?”

El Papa le dijo al mundo que la pandemia nadie la puede resolver en soledad y que es momento de tener solidaridad y fe; que el maestro está atento a nuestra oración y a nuestros actos de creencia responsable, y puso este momento de problemas en manos de Jesús y María. Y luego dio la bendición con la hostia consagrada, desde la puerta de la basílica a la Ciudad y al mundo, mientras el coro vaticano entonaba solemne el “Tantum Ergo”, de Santo Tomás de Aquino.

En situaciones como la que vivimos por el coronavirus, está claro que debemos acogernos con disciplina y responsabilidad a lo que marcan las autoridades, estar unidos. Pero también, sobre todo para los creyentes, no olvidar que el maestro parece dormir en este momento en que se hunde nuestra barca y sólo espera nuestro grito de auxilio, lleno de fe para mandar callar al viento y apaciguarse al mar embravecido de la enfermedad.

¿Por qué están tan asustados? ¿Todavía no tienen fe? Cada quien tiene, con toda seguridad, una respuesta a esta pregunta que el nazareno hizo hace más de dos mil años.


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