Ser y Devenir 151

¿Qué puede hacer un mortal enamorado de una diosa? Puede hacer muchas cosas pero ninguna será digna de su gloria, de los cielos y del inalcanzable corazón de la diosa. Un mortal anhelando el sentido de la sublime existencia, intentando entender sus imperfectas contradicciones y luchando débilmente por comprender el alma del universo para poder amarla. Un mortal deseando ser lo que no puede ser: inmortal.
—¿Doctor Serner? —me interrumpe la editora Inka Sachen mientras estoy sumido en uno de los grandes sillones de cuero negro del vestíbulo de la revista Zeitgeist esperando una cita de trabajo.
—No, no —aclaro poniéndome de pie.
—¿No es usted?
—No soy doctor.
—En su libro dice que usted recibió un premio por su tesis doctoral.
—Así es, pero nunca regresé para graduarme.
—¿Por qué?
—Me hubiesen metido a la cárcel.
—¿Cómo?
—Era un disidente.
—Si estabas en contra de la revolución cubana —dice luego de una pausa— ¿por qué hiciste tu posgrado allá?
—Porque antes no estaba en contra, pero… Fue hasta que estuve allá que comprendí la disidencia.
Tres imágenes de mis recuerdos acaecieron en mi mente. 1) Cuando detuvieron violentamente a mi amigo Miguel por expresar su repudio a Fidel Castro en plena plaza de la Revolución. 2) Cuando un par de policías vestidos de civil me siguieron de forma macabra una noche hasta mi hotel después de haber dado una plática sobre el liberalismo de John Stuart Mill en una de las cantinas más antiguas de la Habana vieja. 3) Y, la más intensa de mi último viaje, cuando descubrí que me habían robado mis documentos personales de la habitación.
—Nunca llegué con la intención de aprovecharme de las ventajas de ser extranjero, en vez de ello, me hospedé con una familia a unas pocas cuadras del capitolio, en el barrio viejo, y comía en los mercados cubanos haciéndome pasar por uno de ellos. Sin embargo, me reconocían de inmediato como mexicano y frecuentemente los policías se me acercaban preguntándome qué hacía allí. En aquellos días no estaba permitido que un cubano conviviera con turistas, por ejemplo, si el turista desconocía al cubano con el que estaba conviviendo o decía que lo estaba acosando éste podía ser aprehendido. Cuando iba a la universidad, a platicar brevemente con mi primer tutor Rigoberto Pupo, de inmediato regresaba a la cantina “El matador” para seguir platicando de liberalismo.
—El valor del individuo —decía apasionadamente a la creciente audiencia— no reniega el valor de la colectividad, pero ésta última no debe estar por arriba de uno. La libertad individual es algo de lo que filosóficamente nadie debe renunciar. Quien lo hace no sólo deja de ser libre sino, peor aún, deja de ser humano. El humano es libre, tanto para serlo como para no serlo. La libertad es responsabilidad total de uno mismo y sólo uno mismo debe determinar sus responsabilidades implicadas bi-condicionalmente por sus libertades. No tienes porqué tener responsabilidades que no has elegido o que supuestamente te han elegido a ti, tu única responsabilidad deriva de tu libertad en la praxis.
—¿Por qué en México admiran a Castro? —me pregunta inocentemente Miguel, el primer disidente natural que conocí.
—Porque sólo lo conocen de lejos.
—¿Y aún así no ven lo que sucede?
—Conocerlo desde lejos significa que no lo conocen como ustedes. Ustedes son hijos de la revolución cubana, por tanto, encarnan su contradicción, así como los hijos del capitalismo encarnan la contradicción del mismo a través del socialismo. En el capitalismo el rebelde lucha por el espíritu colectivo y en el socialismo el rebelde lucha por su espíritu individual.
Un silencio total en la cantina, todos quedan reflexionando en lo anterior y, luego de servirme más ron en mi vaso, me pongo de pie para ir al baño. Al fondo del rectangular espacio, antes de entrar, me quedo mirando la cabeza del toro que, supuestamente el cantinero José, había matado al legendario torero Manolete. Miré de cerca los ojos de pasta negra impregnados de polvo, los pelos tiesos y algunas moscas volando cerca. Me dio asco, sentí náuseas y entré al baño.
—No debes hablar tanto —digo al espejo, me mojo la cara y recupero el aliento. Me echo más agua, me mojo la cabeza y me echo el cabello para atrás—. No digas todo lo que piensas.
Y, mientras estaba en el baño pensando en las contradicciones marxistas que involuntariamente experimentaba, la policía entró a la cantina para detener a Miguel y dos de sus amigos disidentes.
—¿Por qué nunca me lo habías contado? —me pregunta Giovanna bajo las sábanas.
—Quería olvidarlo.
Silencio.
—¿Vas a ir a mañana a la conferencia?
—¿Dónde es?
—En la UAM Xochimilco.
—Pues…
—¡Tienes que ir! —me amenaza subiéndose en mí—. Yo voy a ser la moderadora.
—Entonces sí voy —le digo sonriendo y me besa.
¡Bang, Bang, Bang, Bang, Bang, Bang!
Entro corriendo al auditorio, me abro paso entre la gente en el alboroto y descubro a Giovanna coordinando el sometimiento del estudiante que había disparado contra la gente. Los que pueden atienden a los heridos, los gritos de dolor dramatizan aún más el estado de cosas al que se unen dos miembros del personal de seguridad de la universidad para resguardar al agresor. Gradualmente llegaron servicios médicos y ambulancias. Eran cinco heridos, dos de gravedad, todas mujeres.
Giovanna partió en una de las ambulancias y la alcancé posteriormente en una clínica por canal de Miramontes. Una de las víctimas de gravedad era una de sus amigas, quien había recibido un disparo en la espalda. Quise acompañarla pero me pidió dejarla sola en la sala de espera, no quería estar en esos momentos conmigo y ella me llamaría más tarde.
En la noche me dijo que su amiga había salido de terapia intensiva, que quería hablar conmigo y, para ello, que la encontrara en un departamento donde se desarrollaba una reunión feminista-revolucionaria (yo era el único hombre) para organizar las respectivas protestas sobre la masacre, la postura y presión para castigar con todo el peso de la ley al maldito perpetrador; establecer comunicación permanente con la familia de cada una de las víctimas y, en particular, con el único deceso. El motor del inicial movimiento social.
El vodka aceleró los ánimos que escalonadamente desarrollaron un total desahogo por la tragedia. El coraje estaba en el aire y, en mi caso, también la tristeza.
—Ya no podemos seguir juntos —me dijo Giovanna en la madrugada.

Continúa 152

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Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






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EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".