Ser y Devenir 23

Libros, libros y libros. Pasta dura, pasta blanda y de piel cosida. Negros, rojos, azules, verdes y color piel de diversas generaciones. Y lo más hermoso, el contraste de las letras en los títulos y autores.

Serner…

Nietzsche se oculta en los pasillos de mi historia, lo busco inconsciente de las implicaciones en mi pensamiento cuando aparece, en una caja de libros rotos y desechos, un engargolado antimetafísico. Las copias de diversos artículos sobre crítica a la modernidad. Un sello en rojo dice en la portada “CENSURADO”. Lo tomo, me escondo de todos y, coadyuvándome con una lámpara de mano, leo hasta el fondo del último pasillo oscuro de la biblioteca.

Sócrates define al ser humano como alma prisionera del cuerpo, por lo que los verdaderos humanos, o bien, filósofos, no deberían preocuparse por los placeres corporales, e.g., comida y bebida, intercambio sexual y otros gustos sensibles. ¿Por qué? Porque el cuerpo es un obstáculo para alcanzar o encontrar la verdad. Lo mejor es, según el viejo maestro, estar desapegado del cuerpo. Un verdadero filósofo pasa toda su vida suspirando por la muerte y dejaría esta vida con alegría. No obstante, disentimos. ¿El cuerpo y los placeres corporales vienen a ser un estorbo para la investigación filosófica o su reflexión?

¿O su complicación?, preguntaría mi hermano.

Entonces habla Nietzsche, quien en su libro Así hablaba Zaratutra dedica un capítulo a “Los despreciadores del cuerpo”, i.e., los filósofos metafísicos del mundo occidental. ¿Por qué desprecian el cuerpo? Al considerarlo como una especie de cárcel, se funda la dicotomía cuerpo-razón, la oposición arbitraria fundamentada en la teoría de la reminiscencia. Conocer es recordar. Por eso despreciaban el cuerpo y todos los dilemas corporales, porque este mundo físico y pasajero es tan sólo una apariencia de la verdadera realidad, accesible únicamente a través de la razón. El cuerpo, lejos de ayudar, estorba para que el conocimiento pueda trascender en su búsqueda de Ideas o Formas.

—¿Qué haces aquí escondido? —pregunta una voz reconocida. Levanto la cabeza y abro los ojos más de la cuenta, se me dilatan las pupilas quedando paralizado. Es Mina, mi mejor amiga.

—¿Qué haces aquí?

—No estás solo. Nunca pienses que estás solo.

—No he visto a mi hermano desde hace mucho tiempo.

—Tuvo que huir, pero me dijo que fue él quien mató al gigante Josué.

—Lo sé.

—Y que dejes de tomar el agua que te dan por las mañanas.

—¿Por qué?

—Me tengo que ir.

—¿Adónde?

—Yo ya estoy a salvo —contesta luego de suspirar—. Pero no te preocupes, yo siempre estaré contigo. Acompañándote, acompañándome siempre.

Me toca levemente la barbilla y me besa en la mejilla. Nos miramos a los ojos y, de repente, se abre un enorme abismo entre nosotros.

—¡Mina!

Despierto entre sudor, llanto y gritos en mi celda. Uno de mis ayudantes se asoma y me pregunta si me puede ayudar en algo. Niego. Niego con la cabeza cansado, agotado emocionalmente, alterado en todos mis modos. ¿Dónde estás?

—Nietzsche es el único filósofo de su tiempo que escribe sobre la importancia del olfato —me dice Mina en otro sueño—. ¿Por qué ningún filósofo se puso a reflexionar sobre ello? Es importante. ¡Muy importante! No te enamoras de alguien que su olor no te guste.

Miro sus ojos, sus labios y su sonrisa.

—Me gusta tu olor —me dice mientras huele mi cuello.

—¿Y el dolor? —pregunto—. Tal vez por eso también se rechaza.

—Es paradójico que muchas expiaciones espirituales se den a través del castigo del cuerpo. Por ejemplo, en Semana Santa la gente se golpea, y sangra en abundancia, para sentir dolor y expiar sus pecados. Una antinomia.

—Es como mezclar una forma de ser con otra.

—Exacto. Es como mezclar una manera de hablar con otra. La expiación espiritual debe ser espiritual.

Un grito infernal me despierta súbitamente. Me pongo de pie de un brinco, me asomo lo más que puedo cuando en ese momento cae, desde el tercer piso, el cuerpo degollado del Chak. Todos los reos se ponen como locos y prenden fuego a los colchones, otros someten con cuchillos a los guardias y comienza el motín.

 

Continúa 24

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".