Ser y Devenir 95

Los seres humanos de occidente están alienados por la religión en el sentido de que, de manera profunda, ven lo místico como algo separado de ellos mismos. ¿Cómo la imperfección mutable y perecedera puede pensar en la perfección inmutable e imperecedera? Hegel cree que si nosotros pensamos esas cualidades es porque nosotros tenemos dichas cualidades; nosotros proyectamos nuestras cualidades. Dios no es algo ajeno a nosotros mismos, de hecho Dios está en nosotros.

—Yo no creo en Dios —me dice Elisa.

—Yo tampoco.

Aunque en realidad la cuestión, personalmente y en ese momento, no me importaba. La existencia de Dios no era un problema para mí y más bien lo concebía como el Geist hegeliano, sin ninguna característica antropomórfica o carga moral que pudiese conflictuarme. El Absoluto como la expresión de todas las conciencias individuales a través de la cultura, la economía, las ideologías, las instituciones jurídicas, la política, el arte y, por supuesto, la filosofía. Dios se expresa a través de todas nuestras prácticas sociales.

—¿Vamos?

—¡Vamos!

Es domingo y día festivo de verano en la comunidad indígena, casi todos los trabajadores del rancho han asistido a la iglesia y me lo recuerdan constantemente las explosiones a lo lejos por los cuetes en el cielo y la música tradicional mexicana en el ambiente. Una feria popular.

—Es día de la santa virgen de la montaña —me explica Elisa—. La leyenda dice que se apareció tres veces para introducir el cristianismo entre los pobladores, primero a un niño, luego a una mujer y, finalmente, a toda la comunidad en un día como hoy. Un recurso muy parecido al de Juan Diego y la virgen de Guadalupe pues aquí fue uno de los últimos bastiones rebeldes en cuanto a religión se refiere.

—¿Crees que fue un engaño? —le pregunto.

—¡Por supuesto! Y lo sigue siendo…

Y se queda observando a la gente en sus festejos, reflexionando y, por momentos, entornando los ojos y negando con la cabeza. La entiendo, es su mundo y no le gusta lo que ve, quisiera cambiarlo. Yo, en cambio, disfruto la experiencia como alguien ajeno a sus verdaderos problemas. Un jodido turista. No puedo ver lo que ella ve ni ella lo que yo subrayo estéticamente. Por ejemplo, a mí me enternecen los niños, pues se divierten como nunca en la verbena.

—¿Quieres un elote?

—¿No hay problema si participo? —le pregunto algo cauteloso, tengo poco tiempo en el rancho y es la primera vez que vengo a una fiesta del pueblo.

—Si alguien tiene un problema contigo lo tiene también conmigo —y me toma de la mano.

Mientras registro los detalles más mínimos en el comportamiento de la gente, Elisa me explica orgullosa los tributos artesanales de maíz, frijol y chile que la gente deja a los pies de la virgen de la montaña; me relata la tradición de las mujeres al hacer la ropa de toda la comunidad y el significado de las flores en la celebración que incluye, clandestinamente, a Xochipilli. Todo es excitante y la filosofía no se puede contener:

Ya sabemos que la negación del mundo prehispánico, hegemónicamente azteca, es la conquista. Entonces la negación de la etapa colonial es el mestizaje (físico y metafísico) y la negación de éste sería la superación y, por consiguiente, disolución de la discriminación racial.

Comienza el ritual y un obeso sacerdote encabeza la procesión del Hijo de Dios, un Cristo más blanco que cualquiera en el lugar. Su madre también es blanca, la paloma del Espíritu Santo también es blanca y Adán y Eva incluso son rubios en una de las pinturas de la iglesia. Dios, asomándose por las nubes, es un viejo también blanco y, para colmo del cliché, con barba blanca. En este lugar todo es blanco y, sin embargo, todos los feligreses son indígenas. La contradicción hegeliana en su máxima expresión.

—¿Tú tienes sangre indígena? —le pregunto a mi abuelo cuando regreso.

Estaba solo en la enorme sala atizando el fuego de la chimenea, me volteó a ver lentamente y me miró con unos ojos de demonio. ¡Qué! Me miraba asombrado, pero de decepción, me miraba molesto y, en cierta forma, ofendido. Tal parecía que con mi pregunta lo había insultado.

—¿Abuelo?

Se puso de pie, tomó su sombrero y se puso su gabardina. Salió de la casa azotando la puerta, refunfuñando aunque sin decir nada mientras yo me quedé triste y cabizbajo.

—Te dije que no le preguntaras nada —me dice Elisa asomándose por la cocina—. ¿Ya se fue?

—¿Por qué se puso así?

—Tú no entiendes.

—Explícame.

—Tendrías que ser de aquí para entender.

—¿A ti te molesta?

—¿Que me pregunten o ser indígena?

—Ambas.

—¡Claro que no! ¡A mí no! Pero a muchos indígenas sí les molesta, tanto que les pregunten como el hecho mismo de serlo. ¡La pregunta les recuerda lo que en realidad son!

—No entiendo —apenas digo luego de una larga pausa.

—Está bien que no entiendas. Así no tienes prejuicios.

—Pero quiero entender.

—¿De verdad quieres entender? —me pegunta luego de un mítico silencio.

—¡Sí!

—Pues comienza a criticar a la maldita religión.

 

Continúa 96

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".