Tres años

Hace tres años que estamos juntas, quiero decir: juntas de verdad.

Llegaste a la casa siguiendo al combo de amor que formaban el sol enorme que era el niño a sus cinco años y mi madre que nunca quiso perros pero que el corazón le sobraba para, por lo menos, ponerte agua, y al otro día unas croquetas baratas, y luego un trapo en la entrada porque era invierno y helaba a diario. Todos los días despertabas enroscadita en la puerta y brincabas de gusto cuando nos veías salir.

Te confieso algo: no fuiste la primera en llegar al patio frontal; unos años antes había aparecido Estufa, una perrita blanca, callejera, que me siguió un día que volví del trabajo. La atropellaron en la avenida unas semanas después y agradecí no haberme encariñado con ella.

Nunca me gustaron los perros, desde niña fui más de gatos porque siempre hubo alguno que llegaba a casa de mis papás, brincando entre azoteas en los tiempos en que no era necesario poner cercas electrificadas ni blindar propiedades. Aprendí cómo tratar a gatos bebés, a gatos ariscos, a gatos con sus crías, a gatos que desaparecían tres días y volvían arañados y flacos… gatos, sólo gatos. Hasta que llegaste.

Cada mañana que miraba por la ventana, temía y deseaba a la vez que ya hubieras retomado tu camino y buscado otra casa. Pero no, siempre estabas ahí. Cuando volvía del trabajo brincabas y movías la cola y yo sólo te evitaba, pasaba de largo y te decía “quítate”, porque estaba segura que al día siguiente no te encontraría.

De a poco te fuiste ganando un lugar en la jerga de la entrada, fue lo primero que te permitió mi madre y tú aceptaste con gusto, finalmente ya tenías comida, agua, como casa un huacal forrado con cartón y dos personas que proteger. Personas que no lo pidieron porque no tenían tiempo para educarte ni para pasearte ni para jugar contigo.

Nunca supimos de dónde saliste, quién te tuvo tan triste para que decidieras escapar y buscar una casa nueva; nunca supimos por qué, teniendo la libertad de irte cuando quisieras, siempre volvías, e hiciste de esta casa tu casa. Te llevamos a vacunar y esterilizar para que, si decidías irte, no sufrieras ni dejaras más perritos sin hogar.

En los días de calor mi madre abría la puerta y te dejaba entrar y echarte en el piso, al lado del sillón donde ella se sentaba a tejer y a ver la televisión. Supiste cómo ganarte su corazón, y lo intentabas todos los días con el mío pero yo me resistía. A lo más que llegué fue a llamarte “Cosa”, porque entonces para mí eras eso: una cosa que encuentras cuando llegas a tu casa y está ahí todo el tiempo.

Mi madre murió a mediados de mayo, un par de días después (justo en su cumpleaños) dejé la puerta abierta porque hacía calor y te vi echada al lado del sillón, como si ella estuviera ahí; me miraste fijo mientras movías la cola de lado a lado, estuve a punto de gritarte: “¡fuera!”, pero vi alrededor y te dije: “Bueno, pues ya vamos a acompañarnos”.

A partir de entonces te fui queriendo, te llevé al doctor para renovar tus vacunas y te compré unos platos nuevos y un collar con tu nombre y mi número al reverso; el siguiente invierno hizo más frío y te puse una cobija. Cuando menos me di cuenta te dejé dormir dentro de la casa y a los tres días ya tenías un lugar al lado de mí, en mi cama.

He intentado enseñarte a jugar con la pelota, pero lo tuyo es corretear aves y ladrar cuando sabes que te miro; te baño cuando hueles a perro paseado, salimos a caminar un par de cuadras en la mañana y en la noche, y te cepillo y te limpio las patas aunque no te guste. Entiendes cuando te digo que estoy trabajando y que no te puedo atender, entonces te vas al tapete de la entrada y me miras hasta que te quedas dormida. Odias cuando llueve pero te sientes segura pegadita a mis pies y sólo así dejas de temblar.

Yo no quería quererte y aquí me tienes: escribiendo sobre ti.

PD.- Mamá: La Cosa y yo te decimos: ¡feliz cumpleaños!

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Por: Alma Santillán

Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.


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SÓLO ESTOY VIENDO - Alma Santillán

Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.