La infamia de un personaje público no lo vuelve, necesariamente, impopular. ¿Cómo se juzga la realidad?, ¿hasta dónde la moral y la razón de lo justo se imponen en una sociedad?, ¿qué peso tiene la en la comprensión de la realidad?
Nos encontramos en una era en la que se ha degradado tanto la moral como la racionalidad crítica de la realidad, inclusive ya no se puede apelar a la conciencia cierta y mucho menos a una inteligencia acorde a la lectura de la infamia social; todo ello se ha extraviado, al grado que fascistas como Donald Trump y Jair Bolsonaro han gozado del poder del Estado.
Donald Trump ha sido hallado culpable de delitos sexuales y a la gran mayoría de la ciudadanía norteamericana esto le importa menos que lo que le importó la guerra de Vietnam, lo cual invita a una reflexión de fondo: cuando una sociedad se degrada a nivel moral y es profundamente utilitarista, el fascismo está a la puerta de la esquina esperando para asestar el golpe final.
En este escenario de mierda, que nos evidencia lo que es la realidad norteamericana, Donald Trump disfruta de niveles de popularidad de gloria y puede, sin lugar a dudas, encaminarse hacia la presidencia de Estados Unidos por segunda vez, pues el apetito de la oligarquía está a la orden del día aguardando al presidente que les baja los impuestos y les permite hacer todas las tropelías con el uso de la maquinaria de Estado.
Al respecto, Noam Chomsky tiene toda la razón: la política de los norteamericanos, y al estilo americano, es una simulación del juego de intereses donde no importa cómo te enriquezcas; si para ello Estados Unidos debe crear una guerra como lo hizo contra Irak, apropiarse de los recursos naturales de un país pobre o utilizar carbón aunque el planeta se asfixie, mientras las élites se enriquezcan, que el pueblo se cague de hambre.
Nuevamente vemos a la infamia en persona, nuevamente es Donald Trump.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
