Un mundo sin puentes religiosos

La visita del papa Francisco a Irak no es el trazo de nuevos vínculos entre el mundo católico y el musulmán, no hay manera de que tengan empatía y mucho menos que construyan un camino de entendimiento y paz entre Occidente y Medio Oriente, principalmente porque no se hace en el marco de un respeto expreso entre credos, sino como una cruzada velada.

En el escenario geopolítico queda al descubierto que la cruzada que inició Juan Pablo II no podrá ser emulada por el actual pontífice, quien está muy lejos de tener los alcances políticos que en su momento llegó a tener el polaco.

Para el pueblo iraquí, la presencia de Francisco I es un detalle incómodo que, sin duda, tendrá repercusiones y pronunciamientos por el mundo musulmán, lo cual sucede en un momento difícil para el planeta, pues la pandemia es el tema central y al que los estadistas deben poner atención.

No son intrincados los motivos políticos que subyacen en esta visita de Estado; se trata, en lo sustantivo, de afianzar las condiciones políticas de la presencia de Occidente, con lo cual se pretende seguir desmembrando no solo las posibilidades y derechos de autodeterminación religiosa, sino también crear una afrenta tácita para el mundo musulmán que desde hace décadas dejó en claro sus deseos al respecto.

En la posdata de esta realidad, se encuentra el hecho de que las condiciones geopolíticas que vive el planeta ya no catalogan como un peligro al socialismo y sus países, que dieron origen a la cruzada de Juan Pablo II, cuestión que hace del camino político de Francisco I frente al mundo musulmán un desacierto que habrá de manifestar consecuencias para las que Occidente no se encuentra preparado.

 

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