Gracias, vecina

Hoy, en mi cumpleaños, se murió mi vecina María Luisa; su nieto me dijo que falleció a eso de las 5 de la mañana, yo me enteré a las 6:30 am.

Desperté, como habitualmente lo hago, a las 3 am para ir al baño, volví a conciliar el sueño hasta que el sonido del cerrar de una puerta de vehículo me puso en pie casi de manera inmediata para descubrir desde mi ventana que se trataba de una carroza de Arriaga.

La primera reacción que tuve fue acercarme a la puerta de entrada de mi casa, pero me cuestioné qué diablos les iba a decir o hacer, son mis vecinos desde junio y apenas hoy, por voz de su nieto, supe que se llamaba María Luisa, no merecía siquiera abrir la puerta.

Hablé con mi hermana para preguntarle qué hacer, me recomendó que saliera tranquilo a preguntar si podía ayudar en algo, más como una muestra de respeto y solidaridad, porque ayudar en estos casos sería –supongo- despertar a aquellos que ya se han dormido.

Recé junto a mi esposa por su eterno descanso y escuchamos el momento exacto en que partía, quería salir y así, de pie, despedirla con aplausos; en mi cabeza así lo hice, incluso le puse flores en todo el camino hasta su última morada, se lo merece.

Y es que apenas hace unos días necesité de mis vecinos porque sentía que el corazón me iba a explotar, pedí ayuda en esos grupos de vecinos de whatsapp y nadie respondió, toqué a la puerta de la casa de enfrente y, aunque rogué que me llevaran al hospital, me cerraron la puerta en la cara; sólo ellos, mis vecinos los viejitos, me ayudaron, abrieron la puerta y nunca la volvieron a cerrar. Y es que tengo una teoría y la expongo con todo respeto: hoy la muerte venía por mí, pero mi vecina habló con ella.

 


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