Juego sucio contra el presidente

Decía el gran cátcher de los Yankees de Nueva York: “Esto no se acaba hasta que se acaba”. Así debió pensar, muy en sus adentros, el frustrado presidente de la República Beisbolera, Andrés Manuel López Obrador, acostumbrado a los vítores y aplausos en las giras al interior del país, al recibir los abucheos emitidos por un minúsculo grupo de aficionados que amargaron al cuarto bat del equipo de la 4T el discurso inaugural del nuevo estadio de los Diablos Rojos, en la Ciudad Deportiva, de lo cual la prensa hizo gran escarnio todo el fin de semana.

 

Eran los fifís, los oportunistas, los villamelones, los defensores de los privilegios

La prensa carroñera y mal intencionada que dejó de recibir las subvenciones estatales, siempre vigilante y empeñada en vaticinar el fracaso de la administración lopezobradorista, esperaba que al jefe del Ejecutivo, en su terreno y jugando en casa, en el entorno del deporte que ama, el del beisbol, le propinaran el primer strike para mostrar el signo visible del fin de la luna de miel con la ciudadanía. No resultó así, pero por primera vez durante la gestión, el líder del movimiento popular que llevó a los zurdos al poder tuvo que sufrir el amargo trago de lidiar con esos resentidos naturales que lograron colarse en las butacas del flamante estadio. Eran los fifís, los oportunistas, los villamelones, los defensores de los privilegios que, instalados en la comodidad y valentía del anonimato, liberaron en gritos llenos de tirria su aversión contra la figura presidencial por la aparición propagandista al sentirse amenazados por las señales que anuncian que los beneficios que de otros gobiernos recibieron están cancelándose.

Era precisamente esa minoría rapaz acostumbrada a mostrarse en los “mejores eventos”, la que gusta más del fut que del beis, quien con el valor que da una chela en mano vomita maldiciones desde la tribuna al gobernante que los incomoda, porque desde ahora este austero líder se ha dedicado a trabajar en reducir en el corto plazo la pobreza extrema e impedir, entre otras acciones, que las minorías capitalistas sigan apoderándose impunemente de la riqueza nacional.

De esta forma, lo ocurrido el sábado debe interpretarse como un espectáculo con actos con simbolismos que desde ahora advierten escenarios que pronto se reproducirán en otros frentes de la ya declarada guerra entre la austeridad y el dispendio. En esta contienda entre las élites que detrás del home plate reclamaban al gobierno entrante resultados inmediatos se asoma la amargura e impotencia de sectores acostumbrados a vivir en el paraíso de la opacidad y la corrupción.

Esos furibundos que sienten desprecio por la plebe eran los representantes de esa clase media que Marx llamaba “la pequeña burguesía”, que suele defender a capa y espada la propiedad privada como su dios supremo. También era la alta burguesía que acompañó con cachucha y playera roja desde el palco a los empresarios beneficiados por las privatizaciones: grandes amigos de Alfredo Harp, dueño de los Diablos y primo hermano Carlos Slim, el consentido de la antítesis de AMLO, Carlos Salinas de Gortari.

 

No asistieron a ver béisbol (…), se confundieron y asistieron a ver otro deporte: el circo romano en el Coliseo

Al histórico evento no asistieron a ver beisbol, muchos ni siquiera entienden de qué se trata un toque de bola y menos un complejo balk; era un juego que presagiaba una contienda desequilibrada entre los poderosos “prospectos” de los Padres de San Diego, equipo de ligas mayores, contra los estoicos Diablos Rojos del México, a los que recetaron una paliza de 11 carreras. En realidad, se confundieron y asistieron a ver otro deporte: el circo romano en el Coliseo, donde se colocaba al gladiador contra las fieras. Casi siempre ganaban las fieras. En esta ocasión, los pseudobeisboleros, más futboleros que amantes de la pelota, pensaban que con insultos y maldiciones emularían el sangriento espectáculo del imperio romano y acabarían con la imagen del político tabasqueño. No les funcionó, tampoco en eso son muy hábiles.

Digamos que si la intención de los eufóricos resentidos por el avance firme del gobierno de México era reventar al presidente y ridiculizarlo, les salió el tiro por la culata porque el presidente no se arruga con las histerias de los chavo-rucos pirrurris, los insultos clasistas de los arrogantes juniors de las colonias fifís ni mucho menos con las rechiflas de las menopaúsicas damas de sociedad que vierten todo su odio de clase con escandalosas injurias porque no pueden consentir que un representante del pueblo haya por fin alcanzado el poder.

 

¿A quién le importa lo que insista en publicar esa prensa que históricamente siempre ha defendido los intereses de las minorías?

Este lunes muchos medios sobredimensionarán lo ocurrido en el estadio de Los Diablos Rojos. Intentarán generar la percepción de que AMLO tuvo su primer revés y que la tesis de la felicidad social desde la llegada del nuevo gobierno es una falacia; ¿a quién le importa lo que insista en publicar esa prensa que históricamente siempre ha defendido los intereses de las minorías? López Obrador ha construido una relación transparente y directa con sus gobernados en un modelo de comunicación que le permite cada mañana en Palacio Nacional, en su contacto directo con los grupos sociales, fijar su plan de acción.

Si se trata de ponerlo en términos beisboleros, la oposición representada en los palcos del estadio de los Diablos el pasado sábado apenas resultó una triste secuencia de jugadas que prometían más, pero que quedaron en malogrados intentos de ir por el batazo largo. Con gritos contra el presidente intentaron volarse la barda, pero apenas pudieron sacar el bat y dar un sufrido foul (primer strike); luego los medios (la prensa y redes sociales) insistieron en magnificar el incidente, de nuevo la intención era debilitar al régimen, otro foul (y se cantó el segundo strike). A ese ritmo, como dictan los cánones, en la desesperada estrategia de la oposición y las élites por atribuir a una anécdota de parque de beisbol la aprobación del arranque del gobierno, irán a batear con todo su odio en críticas al nuevo gobierno, pero con ello sólo lograrán el último strike que los obligue abanicar y a comerse un ponche que los exponga y ridiculice como los enemigos de la Cuarta Transformación.

Era necesario ver de qué estaba hecho el jefe del Ejecutivo

Tampoco se puede soslayar que en este duelo de fuerzas el mandatario se llevó un pelotazo con las bolas traicioneras de sus adversarios, por la ingenuidad de meterse a un terreno que, aunque fuera de béisbol, resultaba riesgoso por la fauna fifí que se coló. Pero como no siempre serán ambientes a modo, era necesario ver de qué estaba hecho el jefe del Ejecutivo y como los experimentados del montículo mantuvo la calma y echó toda la carne al asador para poner en lugar a sus adversarios. Así, pese al enojo que produjo al mandamás de la nación, como los buenos pitchers que reciben un hit al primer lanzamiento, se fajan los pantalones, toman el saquillo de brea y arremeten con sus mejores lanzamientos para enfriar al rival. “Vamos a seguir ponchando a la mafia del poder…les voy a seguir tirando pura pejemoña, los voy a seguir controlando con lisas, rectas de 95 millas y con curvas”, dijo. Ahí, sobre el montículo, en la lomita de las responsabilidades, donde se observa en el centro del diamante, demostró la valentía de un presidente congruente que no se arruga cuando intentan apalearlo.

El sábado por la noche fue un episodio atípico para el presidente de México, del que el mandatario obtuvo un oportuno aprendizaje. AMLO ama el beisbol, es la pasión de su vida, ya en días previos había manifestado su emoción por inaugurar un hermoso parque para la ciudad que gobernó hace dos sexenios. En Sinaloa los amos de la liga mexicana del Pacífico le manifestaron su respaldo irrestricto para llevar al beisbol a un nivel superior como deporte nacional. En Monterrey inauguró el Salón de la Fama del beisbol, todo parecía que culminaría en un acto lleno de alegría este sábado. No ocurrió así. Le pegaron en su orgullo enfundado en la chamarra roja del equipo capitalino junto a su pequeño hijo, le eclipsaron el grandísimo honor de tirar la primera bola; estoy seguro que en seis años, al concluir la gestión, cuando el proyecto de Morena se refrende por otro sexenio, allá en su rancho La Chingada, en Palenque, Chiapas, con sorna y viendo los logros de su gobierno, les recordará a esos adversarios que seguramente perderán privilegios, irán a la cárcel o serán señalados por actos de corrupción.

“Esto no se acaba hasta que se acaba”

Como dijo Yogi Berra: “Esto no se acaba hasta que se acaba”, el juego tiene nueve entradas y hay que llegar al out 27 para presumir que lograste el triunfo. Este juego apenas comienza, a los fifís les falta barrio, inteligencia, talento y astucia para enfrentar a un pelotero con un talento semejante al de Willie Mays. AMLO es uno de esos jugadores que se han preparado toda su vida para romper todos los récords de bateo, fildeo y pitcheo, que conoce todos los secretos del juego y difícilmente en una etapa tan temprana del juego se dejará amilanar con los berridos de sus adversarios. A esos simplemente los poncha, les acerca una bola de cien millas a la cara y si lo desesperan los somete con una jugada que terminará por la ruta 13 (del pitcher a primera) le dicen la ruta de la vergüenza. Veamos cuántos chocolates les receta al débil equipo de fifís.

Por: Mario Ortiz Murillo

Por vocación sociólogo, de placer periodista. Soy un adicto enfermizo a las buenas y malas películas, especialmente las de culto (para mí). Me considero plural y lucho, desde mi humilde tribuna, en el aula y en la prensa por promover la tolerancia. Fiel seguidor de los Pumas, el mejor equipo de México y de la mejor institución del mundo, la UNAM. Aunque mi verdadera pasión no está en el deporte de las patadas sino en los batazos y las atrapadas. El rey de los deportes, según mi filosofía, debería convertirse en el deporte nacional y mundial por decreto de la ONU. Cuando esto ocurra, prometo jubilarme y dedicarme a bolear zapatos y arreglar bicis.






TRES BOLAS Y DOS STRIKES - Mario Ortiz Murillo

Por vocación sociólogo, de placer periodista. Soy un adicto enfermizo a las buenas y malas películas, especialmente las de culto (para mí). Me considero plural y lucho, desde mi humilde tribuna, en el aula y en la prensa por promover la tolerancia. Fiel seguidor de los Pumas, el mejor equipo de México y de la mejor institución del mundo, la UNAM. Aunque mi verdadera pasión no está en el deporte de las patadas sino en los batazos y las atrapadas. El rey de los deportes, según mi filosofía, debería convertirse en el deporte nacional y mundial por decreto de la ONU. Cuando esto ocurra, prometo jubilarme y dedicarme a bolear zapatos y arreglar bicis.