No existe forma de comprender la inteligencia de un ser humano porque no se trata de decodificar la información de su cerebro, su composición bio-orgánica va más allá de cualquier parámetro que se pueda estudiar científicamente.
El desarrollo de inteligencia artificial (IA) está causando conmoción en el planeta por sus alcances en diversas dimensiones, pues se está suponiendo que estamos en presencia de un instrumento todopoderoso, siempre y cuando nuestra crítica no asuma que lo que crea la IA es producto del ser humano y no producto de las máquinas y sus algoritmos.
Cuando falleció Albert Einstein, el científico más connotado del siglo XX, el departamento de Estado en Washington hizo que le extirparan el cerebro para preservarlo y analizarlo, asumiendo que como Einstein había tenido un IQ privilegiado, en cualquier otro tiempo se podría reproducir su intelecto.
Esta locura de planteamiento jamás tomó en cuenta que la inteligencia humana no se encuentra determinada, sino que es una expresión tan singular que es irrepetible, al grado que los hijos de Einstein no fueron genios, así que tampoco la transferencia de genes es absoluta.
No es sorprendente para una mente crítica y analítica la serie de construcciones que se realizan hoy con base en la inteligencia artificial; lo que debe sorprendernos y maravillarnos es el hecho que seamos nosotros quienes hayamos creado esta herramienta que proviene del intelecto humano y, por ende, no lo puede superar.
Recordemos cuando se desarrollaron las primeras calculadoras, con el ábaco o las calculadoras electrónicas: ¿pudieron sustituir la reflexión humano-social?, desde luego que no, y esto nos permite apreciar que la IA es un salto cualitativo a nivel científico, pero no puede sustituir a los científicos que realizan estos saltos cualitativos.
La inteligencia humana encierra un solo peligro para la humanidad: que la puede destruir, pero no puede ser suprimida por ningún instrumento o herramienta científica.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
