La dimensión oculta de Gerardo Sosa

Cuando pisé por vez primera la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, en 1999, me entrevisté con el entonces rector, Juan Manuel Camacho Bertrán; yo solicitaba un empleo y con una diminuta maestría me contrataron para crear el área de Ciencias Políticas, pues en aquella época sólo existía la carrera de Administración Pública. Así desempaqué las maletas e intenté comprender la nueva realidad a la que me enfrentaba y proyectar mi práctica académica.

Llegué al vetusto Instituto de Ciencias Sociales (ICSO), me instalé en una oficinita compartida con dos investigadores que venían a lo mismo que yo; los profesores de asignatura nos miraban desde lejos, a veces con reticencia, en ocasiones con curiosidad, quizá como advenedizos de la piedra filosofal.

Había mucho que hacer para crear el área de Ciencias Políticas, no se trataba sólo de engendrar una carrera, sino un nuevo pensamiento que tomara el espíritu del Instituto y trascendiera a nivel social; era un reto cabrón, pero mis compañeros y yo lo tomamos con entusiasmo y pasamos muchas horas discutiendo la prospectiva del área en creación.

En lo cotidiano se hablaba de Gerardo Sosa Castelán como artífice de la proyección de la UAEH, muy joven había sido rector y su visión se seguía imponiendo en los diálogos de los profesores, quienes reconocían su liderazgo y le guardaban admiración. Yo estaba absorto con la información de este personaje que, entre el mito y la leyenda académica, era visto como el precursor de lo que yo llamé en un artículo que escribí en esa época “La Revolución Silenciosa”, donde traté de detallar no sólo la obra de ese joven rector, sino su valía, la cual noté en mi primer encuentro -no directo- con él.

 

“¿Por qué no tienen una visión mayor?”

Mi encuentro con Sosa fue indirecto, en una sesión de trabajo se le había acercado un grupo de académicos de Ciencias Duras, no retengo si eran de Química o Física, le pedían apoyo al entonces presidente de la Fundación Hidalguense para reacondicionar laboratorios; escuché cómo los profesores le decían: “Si acondicionamos y reparamos estas máquinas podemos avanzar en una mejor práctica docente”. Gerardo Sosa los miró y aplaudió la iniciativa, pero censuró cuestionando: “¿por qué no tienen una visión mayor?, ¿por qué me piden apoyo para remiendos y no para construir un laboratorio nuevo, de vanguardia a nivel internacional? Los académicos lo miraron con desconcierto y yo, entonces, conocí a Gerardo Sosa.

 

El liderazgo no se ejerce desde el escritorio

Ese joven rector no lo era por su edad, lo era por la frescura de sus ideas y el peso del diálogo con los universitarios; tomé distancia y aprendí que el liderazgo no se ejerce desde el escritorio, es una virtud intrincada que Gerardo Sosa manifestaba de manera carismática y que lo hacía y lo hace sobresalir entre los pares que, por cierto, lo siguen y admiran.

Pero este encuentro no me bastó, conversé entonces con estudiantes y con gente de Pachuca y otros lugares de Hidalgo, encontrando dos versiones de la personalidad del pasado y del presente de ese joven rector.

 

Las dos versiones de Gerardo Sosa

En primer término, escuché la versión de un pasado difícil en el que, siendo representante de la Federación de Estudiantes Universitarios de Hidalgo, tuvo que luchar en contra de las estructuras políticas de la época, donde la reproducción sistémica pretendía maniatar a los universitarios y también a la sociedad; esto marcó a jóvenes universitarios como porros, creando un proceso que yo llamo de oscuridad infame. Oscuridad, porque el manejo político se hacía desde las oficinas públicas tras bambalinas, e infame, porque aun en nuestros días, duele cabronamente que a los estudiantes se les tilde con motes o parafernalias que no tienen ni han tenido y que se refrendan de manera mordaz.

La otra parte de la historia provenía de la universidad, donde la Revolución Silenciosa había creado un futuro promisorio no sólo para los estudiantes de UAEH, sino para el estado de Hidalgo, donde la generación del capital intelectual era vertiginosa, miraba y apuntaba a todos lados y tomaba las calles, porque la Casa UAEH era eso: era un hogar proclive al encuentro social y ciudadano, que desde sus profesores y estudiantes trataban, entusiastamente, de fortalecer.

Ambas visiones y dimensiones de Gerardo Sosa siguen coexistiendo, pero se ha impuesto la del Revolucionario Universitario, la de un hombre profundamente inquieto y dinámico que desde el Patronato Universitario crea y se suma a proyectos para una educación de vanguardia, de la cual me gratifica que muchos de los alumnos que se benefician, provienen de hogares humildes y que desde las aulas se convierten en intelectuales que nutren con sus conocimientos no sólo a su estado, sino también a su país.

 

Sosa Castelán, el intelectual orgánico de la UAEH

Esta dimensión de Gerardo Sosa es visible y se impone en el diálogo franco; es un hombre humilde y solidario, pero también es firme y no suele tener dobleces al hablar. Es, sin duda, el intelectual orgánico de una universidad que, pese a ser atacada bajo pretensiones de hacerla un botín político, es el espíritu de Hidalgo, de los ojos imaginativos de hombres y mujeres que desean libertad y progreso y, si no es mucho pedir, paz para construir un futuro mejor.

 

Consultoría Política: [email protected]

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.


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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.