Lula da Silva, la última esperanza de Brasil y Latinoamérica

América Latina sigue secuestrada por el autoritarismo y el revanchismo político. Somos una región donde la democracia no termina por consolidarse, de forma cíclica renacen la incertidumbre y escepticismo sobre el funcionamiento de nuestras instituciones electorales. La intolerancia deja de lado el pluralismo y el debilitamiento de las instituciones es un riesgo permanente. Brasil es el mejor ejemplo de todo ello.

La nación amazónica ha sido amenazada sistemáticamente por el fantasma de la dictadura, que renació con el golpe de Estado de 1964 que prolongó la estadía de gobiernos militares hasta la elección de Tancredo Neves, en 1985. Luego de aquel tránsito se observaron ciertos visos de democracia en un país cuya tradición ha sido la dictadura. Una era promisoria llegó cuando líderes de la estatura del sociólogo Fernando Henrique Cardoso ocuparon la silla del Palacio de Planato, entonces Brasil parecía tomar el rumbo correcto. Luego la democracia parecía consolidarse cuando arribó la opción de un gobierno con profunda ideología de izquierda: el Partido de los Trabajadores.

Por fin el proletariado estaba en el poder, una larga estadía desde 2003 a 2011 encabezada por el más legítimo líder obrero y fundador del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio da Silva, conocido como Lula, quien tras tres fallidos intentos en 1989, 1994 y 1998 logró al fin en 2002 el triunfo contundente en las elecciones y se instaló en la presidencia del Brasil.

Una vez en el cargo el popular sindicalista aceleró las reformas que permitieron elevar de forma significativa el PIB del país carioca. Lula había modernizado al gigante de América Latina sin olvidar la promesa a los más pobres. Creó el programa Fome Zero (Hambre Cero) con el propósito de erradicar el hambre y garantizar el derecho a la alimentación. Nunca antes se había actuado con tanta determinación para erradicar de raíz el flagelo de la pobreza extremo.

Lula fue a las favelas, al campo, al Amazonas y restituyó el derecho de los pobres a poder comer y a generar economías domésticas para la subsistencia. Lo mismo ocurrió con Bolsa Familia, el programa de ayuda financiera a las familias más pauperizadas de Brasil a cambio de la asistencia de los niños a la escuela y cumplir con los calendarios de vacunación.

Lula nunca ha olvidado que proviene del proletariado, así, con profundo sentimiento de solidaridad a los excluidos, operó mediante una agresiva política social que buscaba detener los elevados índices de marginación con excelentes resultados. Aunque se generaron las mejores condiciones de crecimiento económico capitalista, que hizo suponer que pronto el territorio brasileiro ascendería a la liga del primer mundo, la gestión gubernamental de Lula nunca olvidó el soporte social que lo llevó al poder y trabajó siempre de forma paralela con políticas de combate a la pobreza que fructificaron y consolidaron el liderazgo del humilde obrero metalúrgico que nunca fue doblegado en los oscuros días de la dictadura, cuando con la protesta en las calles puso en jaque a los gobiernos militares movilizando masas de obreros en huelgas sistemáticas contra los opresores del pueblo.

Ese es Lula, un líder que emociona en el mitin, que seduce con su enorme personalidad, que llora por los pobres y que no flaquea en la misión de reivindicar la justicia social. Habrá que recordar que cuando Lula deja el poder, los niveles de popularidad de éste son altísimos: casi 80 por ciento de la población aprueba la gestión. Bajo ese panorama, la jefa del gabinete de Da Silva, Dilma Rousseff, arrasa en las elecciones; sin embargo, los intereses que amenazó el gobierno popular del PT alientan la nostalgia por la autocracia. Operan los adversarios del partido de Lula en el congreso para inhabilitar a Dilma por haber logrado la reelección en una cerrada contienda. El Senado la acusó a manera de juicio sumario de “alterar los presupuestos mediante tres decretos no autorizados por el parlamento”, en realidad era una expresión de un golpe de Estado, promovido por esa oligarquía a la que las políticas reformadoras de Lula habían afectado.

Lula conserva un capital político muy amplio en Brasil. Sus seguidores se cuentan por millones y en los cálculos electorales hacia las elecciones presidenciales es el personaje con mayores posibilidades de ganar de nuevo la Presidencia. Ese escenario, apocalíptico para quienes han satanizado el socialismo brasileño y han pugnado por una política hacia el centro- derecha, amenazó los intereses económicos y políticos de las élites empresariales y de la oposición.

La intransigencia y el desprecio hacia el proyecto social de Dilma y Lula desataron la confabulación del congreso, el poder judicial y la aristocracia para detener el regreso del carismático líder social.

Lula no se dobla, se sabe ganador aun en el infortunio de la víspera de la detención. Condena a sus detractores, les recuerda todas aquellas ocasiones desde que fue un dolor de cabeza que quisieron encarcelarlo, pronto lo conseguirán. Se burla de ellos al decir que “deben tener orgasmos múltiples”. Lula es más grande que cualquier prisión que intente amordazarlo.

Bajo las presiones públicas de una detención, prefirió entregarse voluntariamente a sabiendas del trato injusto y del odio político de quienes a toda costa quieren descarrilarlo de la contienda presidencial. Ese es el verdadero motivo de esta chicanada del poder judicial.

Desde la prisión los seguidores del gran Lula exigen su libertad y desafían al gobierno temporal del golpista Michel Temer de un estallido social. Ya surgieron las primeras víctimas y la indignación del pueblo incrementará la protesta social por este atropello a los derechos de Lula; más allá de la defensa del influyente líder, esas masas olvidadas por el sistema defienden algo más grande: un proyecto político que reivindique la justicia social.

El tufo del autoritarismo contamina el aire de la frágil y joven democracia del gigante sudamericano. Llevar tras las rejas a Lula es sólo el primer episodio de una épica guerra contra los pobres, esa que busca instaurar el neoliberalismo y desmantelar los derechos sociales conquistados en los gobiernos del Partido del Trabajo. A estos déspotas, estoy seguro, la historia no los absolverá.


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EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.