En medio de la crisis de las instituciones en México, las universidades eran las últimas organizaciones en las que podíamos creer. Durante años admitimos que el génesis y destino de las universidades era sumar al desarrollo de nuestro país, que en ellas tendríamos las herramientas para combatir al mundo y cambiar todo aquello que no nos parecía en un sistema político que nos oprimía y frenaba.
Pero se nos ha terminado la ilusión. ¿Qué pasa cuando ese sistema contra el que pretendíamos luchar es el que nos educa? La respuesta más sencilla es que todo se vicia, pues aprendemos en la corrupción, el engaño y el nepotismo las reglas de un juego en el que nos vemos obligados a participar para sobrevivir, ya sea estudiando o trabajando dentro de él.
Los hechos en los que se ha visto involucrada laUniversidad Autónoma del Estado de Hidalgo nos hacen reflexionar sobre una larga historia de incongruencias. El caso ha tomado tal dimensión quela institución y personalmente el líder del patronato universitario han decidido ampararse para deshacer el congelamiento de cuentas y evitar el arresto de Gerardo Sosa Castelán.
Hasta el presidente Andrés Manuel López Obradorhizo referencia al problema comentando qué hay universidades que tienen poder político, que son manejadas por exrectores que administran los recursos a su conveniencia mientras que los maestros por asignatura, que son los que hacen el trabajo esencial que sostiene a una universidad, son muy mal pagados. Y por supuesto, esos profesores y ningún otro trabajador de la universidad (que haya llegado allí de forma legal) reciben becas de más de 100 mil pesos mensuales sólo por no tener un apellido que los respalde frente al sistema.
Lo dijimos antes: esta crisis es de un personaje, pero es inevitable que la sangre llegue a la institución que lo ha respaldado durante años y que hoy, más que un cambio cosmético que esconda y maneje mediáticamente las cosas a su favor, se necesita de un cambio histórico que sepa perfectamente de qué se trata la autonomía y que tenga la capacidad de reconocer los peligros tiranos de los que sí deberían ampararse.
