La comprensión ontológica 2

El juego de lenguaje de la filosofía es, esencialmente, socrático.

2.1 La ballena azul pasó por debajo de nosotros, el capitán Ferdinand detuvo su llanto y, trágicamente, me ordenó preparar los arpones.

2.2 El sol, el cielo y el mar. El reflejo de la luz en el océano, su indómita extensión y los innumerables tonos de azul a nuestro alrededor. El poderoso sol. Después de la tragedia llegó la calma. El infinito cielo. El pesado barco metálico, diez metros de largo, mantiene ligeramente su proa en lo alto por el constante contra-oleaje que produce un ritmo de cien en el metrónomo de mi cabeza. Un, dos, tres, cuatro… Y otra vez. Un, dos, tres, cuatro… Otra vez. Un, dos, tres, cuatro… Y así el vaivén de la nave a la deriva.

—¿Hermano?

Han pasado muchas horas desde que fuimos aplastados. La misión del capitán. Exhausto, lastimado y ya no puedo. Merezco morir. Mis labios partidos, totalmente secos y rotos en innumerables fragmentos. He lastimado a mucha gente. Mi piel quemada, mi estómago vacío y mi desvanecimiento el porvenir. Quiero morir. Deshidratado, débil y desahuciado.

—¿Sergio?

El sol sigue ardiendo, la brisa es mínima y sólo los restos de la cabina configuran la única sombra de la sobrevivencia. Un pequeñísimo triángulo de lo que fue un gran rectángulo de tres metros cuadrados. Una tumba flotante.

¿Serner?

—Dígame, capitán.

—Mira.

Decenas de delfines.

¿Nos vienen a salvar? —le pregunto y, por tercera vez, me doy cuenta que yace muerto bajo el tremendo sol.

Los delfines se alejan, el babor de la nave inevitablemente se sacude por su oleaje y, extrañamente, uno de éstos se acerca. Se asoma, hace clic-clic y chapotea. Camino con dificultad, mi lesión expuesta en la pierna y la marea me hacen des-balancear. Me sostengo fuerte del barandal de estribor, lo busco y aparece frente a mí.

Silbido de delfín.

No te entiendo.

Clic, clic, clic.

¿Puedes buscar ayuda?

Silba y chapotea.

Pues ni que fueras perro ¿verdad?

Brinca, nada hacia atrás como si sonriera y se aleja para reunirse con los suyos.

Adiós, carnal.

Los delfines se pierden, las nubes se alargan con el viento y, conforme el majestuoso sol desciende lentamente, el mar comienza a calmarse paulatinamente.

¿Serner?

Volteo y, por supuesto, el capitán sigue muerto.

2.3 Esa mañana vi el sol salir desde la ventana en la cabaña de Claudia, besé su hombro eternamente tostado y recargué mi barbilla en su voluptuosa cadera tocando la curva de su pronunciada cintura para contemplar el amanecer. El mar, una pregunta y mil respuestas sobre su naturaleza.

¿Qué significado tiene el mar para ti?

—Ninguno —me responde sin abrir los ojos.

—¿Ninguno?

—No tiene significado sino sentimiento.

—¿Qué sientes por el mar?

—Todo.

—¿Todo?

—Todo y nada.

—¿Hegeliana?

—Si tú lo dices.

Vuelvo a mirar por la ventana, el sol asciende sobre el firmamento y, evocando a Tales de Mileto, pienso en el agua como la unidad esencial en la pluralidad de la realidad.

—No pienses —me dice Claudia con los ojos aún cerrados—, siente.

—Es tan sólo una forma de hablar.

—Una forma ser.

Me deja pensando, el sol entra por la ventana e ilumina sus magníficos senos. Beso su hombro, rozo suavemente su brazo y entrelazo su mano. Beso su vientre, acaricio su ingle y desciendo a su vagina mientras toco delicadamente sus pezones.

—Tienes que ir a trabajar.

—Hoy no.

—¿No es la gran misión?

—Por eso mismo no quiero ir.

—Pero…

—No quiero ir.

Ella voltea, me toma de la cara y me besa. Sentí su hermosa alma-cuerpo, me miró a los ojos y, luego de besarme intensamente, me abrazó con todas sus fuerzas fundiéndonos por más de una hora. La miro mientras fuma hachís, acaricio su espalda y es bellísima.

—Si no vas a ir a trabajar ponte a escribir.

La máquina de escribir, que me regaló hace unos meses por mi cumpleaños número veinte, me mira retadoramente como si no me atreviese. No puedes. Es verdad, no paso de breves apuntes en mis libretas sin ordenar ni terminar tan siquiera un simple texto para su posible publicación. No te atreves. Siento que tengo muchas cosas que decir pero no sé por dónde comenzar. Tienes miedo. Siento que tengo algo importante que manifestar pero aún no sé cómo expresar, expresar-lo, expresar-me. No quieres. Siento como si pudiera tocar la verdad pero no sé cómo interiorizar dicha experiencia y, mucho menos, el contenido filosófico de ésta. No sientes. Siento pero no puedo describirlo.

—Mejor me voy a trabajar —respondo, me visto de prisa y la beso amorosamente antes de salir—. ¡Te veo a las seis!

Sus ojos, su cuerpo y su sonrisa me motiva. Me voy corriendo por la playa para llegar más rápido al muelle de los pescadores, donde me espera el capitán Ferdinand para su misión más importante. Ojalá y no me hubiese esperado.

—¡Serner!

—Lo siento, capitán.

—¡Qué pasó!

Se me hizo un poco tarde.

Ferdinand mira su viejo Omega de acero, me observa y, luego de notar algo a lo lejos del mar, me sonríe amablemente.

—No te preocupes, chico.

—Pero…

—¡Leven anclas!

Me extraña la desaparición de su enojo, volteo a ver al océano y, tras un instante de no notar nada extraordinario, lo alcanzo corriendo al barco.

Continúa 3

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".